En este país, los muertos caminan
a las urnas, se cambian votos por gallinas y los buses no funcionan el día de
las elecciones. Aunque no es una práctica generalizada, el fraude electoral
amenaza la salud de nuestra, ya de por sí frágil, democracia.
Un día salimos a votar al parque
o a la plaza. Pedimos el tarjetón, nos encerramos en el modulito de cartón al
que el viento está siempre por llevarse, y vemos la fila de nombres, logos,
colores y las fotos de aquellos maravillosos prohombres que dirigirán nuestros
destinos y tomarán decisiones por nosotros. Una vez elegidos, esos rostros
podrán prohibir que llevemos un porro en el bolsillo o que una pareja de
homosexuales adopte un niño. Podrán declarar la guerra, hacia adentro o hacia
afuera. Podrán hacer muchas cosas esos hombrecitos.
Pocos sabemos de cómo llegan esos
hombrecitos ahí. Pero nos han dicho que debemos votar por ellos, que es nuestro
deber y nuestro derecho, como es el deber de ellos explicarnos qué van a hacer
cuando depositen el 20 de Julio sus honorables derrieres sobre los cojines del
Congreso Nacional o, en el caso del señor presidenciable, en la Casa de Nariño.
Hablamos con observadores
electorales y con autores de informes profundos producidos este semestre por
dos organizaciones de peso internacional: la Misión de Observación Electoral y
Global Exchange. Ambas se echaron al hombro varios departamentos de este país.
Fueron, hablaron con la gente e hicieron preguntas, solo para llegar a la misma
y lamentable conclusión: en este país se roban las elecciones. Pero no se las
roban como se roba un ladrón un banco, no.
¿Entonces?
En Colombia, las decisiones no
se toman: se venden
Un día de elecciones el dueño de
una tienda en un municipio de Sucre sale a subastar su voto. Horas después,
regresa a su casa con una tercera parte del salario mínimo. Es lucrativo votar
en este departamento, hasta hace poco balneario paramilitar: 200 mil pesos
recibe el hombre, de manos de alguno de los tipos oscuros que esperan en la
esquina a que regrese con el comprobante del sufragio.
Aquí, aunque decimos que el voto
es secreto, las mafias electorales se las han ingeniado para garantizar que se
vote por el candidato del día. Algunos entregan papel carbón a su gente y le
dicen “Me marcan y me traen el papelito de vuelta para cerciorarnos”, como un
recibito de caja menor. Otros, aprovechando el boom de los celulares
multimedia, se ahorran el trabajo: “Tómele no más una fotico con el celular
antes de meter el tarjetón dentro de la urna y luego me la muestra”.
En Colombia, un voto vale
menos que una hamburguesa
Según lo ha observado este
semestre la Misión de Observación Electoral, en Arauca el voto sale a 100 mil
pesos. En el Guaviare, se paga la mitad. En Barranquilla, a 43, con transporte
incluido, mientras en Antioquia se puede sacar por cuarenta. En Cartagena,
donde parecen estar botados, sale a 30, pero nunca tan económico como en
Risaralda: a 25. Baratico el voto, ¿no? Al mismo precio de una hamburguesa
grande de El Corral.
En Colombia ya aplica el TLC
En los días cercanos a las
elecciones al Congreso, en marzo pasado, ocurrió un fenómeno que, como el Niño,
viene por épocas y claramente se puede explicar: en varios municipios del país
los materiales de construcción escasearon en tiendas y depósitos locales. Se
los llevaron los proxenetas del voto local: aquellos sujetos que, pagados por
equis o ye candidato, son enviados a los barrios a prometer alguito a sus
habitantes para mejorar sus casitas medio construidas, a punto de caer o a las
que no les sobraría una que otra remodelada. Tejas, ladrillos y cemento: el
popular TLC. El famoso intercambio que ya funciona en Colombia.
En Colombia los votos también
se cambian por tamales
• Y por gallinas para el sancocho
• Y por el sancocho
• Y por una botellita de ron o whiskey
• Y por una buena parranda vallenata
En Colombia los votos terminan
en bolsas negras
Cada elección se repite la misma
imagen: bolsas negras en el basurero cercano al municipio, y adentro, los
tarjetones marcados con los votos de tantos colombianos que estaban convencidos
que, por alguna razón, valía la pena salir a votar ese día. ¿Quién se deshizo
de ellos? Un jurado de votación, un funcionario de la Registraduría, un
fulanito cuya conciencia también fue comprada por sobornos tradicionales. Como
un cañón en la cabeza.
En Colombia reina el
“carrusel”
Pero los votos no solo se botan.
Cuando se ha comprado el voto, muchos mafiosos electorales envían al elector a
las urnas con un tarjetón ya marcado. El hombre entra al sitio de votación,
recibe el tarjetón en blanco, deposita en la urna el voto marcado y luego
regresa a donde el proxeneta con la papeleta en blanco, lista para ser marcada
por el cacique de la zona para que luego pueda ser entregada al siguiente
votante. A esta práctica le tienen nombre: carrusel.
En Colombia los tarjetones no se doblan
En muchas mesas electorales el
asunto es más descarado: se cuentan votos que, contrario a lo que dicta la
regla, nunca fueron doblados. Los tarjetones, lisos, demuestran cómo salieron
directo de las cajas para ser contados.
En Colombia los muertos
también votan
Según reconoció Carlos Ariel
Sánchez, Registrador Nacional, en Colombia hay un millón de registros de
defunción que no han sido actualizados en el registro electoral. Es decir, un
millón de muertos aún aparecen habilitados para votar. Las cédulas de los
difuntos, junto a las falsas y las de los presos, conforman el mercado de
cédulas que aparecen como por arte de magia en plena jornada electoral.
En Colombia el subsidio no es
una ayuda: es un chantaje
¿Cuál historia quieren leer
primero? ¿La de los políticos que llegaron a un pueblo a decir que si las
familias no los apoyaban los niños perderían los cupos escolares? ¿O la de los
alcaldes y demás que le aseguraron a unas madres que, de no votar por el
partido de la U, perderían los subsidios para alimentación y educación que
reciben sus hijos?
Un reciente informe del portal de noticias
electorales Vote Bien, en alianza con la revista Semana, denunció que dos
candidatos al Congreso por el partido Cambio Radical se pasearon por el
municipio de Soledad, Atlántico, y en un colegio convocaron a los padres de
familia para exigirles que consiguieran, según el estudiante, un número
determinado votos para su partido. De lo contrario, perderían los cupitos.
Así mismo, los observadores
encontraron en varias regiones que las mismas madres cabeza de hogar que
reciben ayuda de alimentación y educación para sus hijos por parte de uno de
los programas bandera del gobierno Uribe, Familias en Acción, estaban siendo
presionadas para apoyar al candidato de la U. Denunciado primero por Noticias
Uno, Global Exchange publicará un informe completo sobre el caso en las
próximas semanas.
En Colombia los votantes son
arriados a las urnas
En los pueblos y municipios de
Colombia, en muchos rincones y veredas, hay un señor que mueve y deja de mover
a la gente. Es el hombre de los buses y los colectivos, el que administra el
transporte de la gente. Al que llaman y dicen: “Me hace el favor y le pone los
avisos a los carros y solo me transporta a la gente si van a votar por fulano”.
Pasó en Córdoba, que un candidato
mandó a alquilar la totalidad de los buses del pueblo. No hubo manera de llegar
a los puestos de votación sin ser invitado por el “candidato benevolente”,
cuyos afiches en todos los espacios del bus, les sugería con sutileza a los
votantes por quién debía ser el voto aquella jornada.
El voto libre y consciente.
Juan Camilo Maldonado |
Shock.com.co