jueves, 15 de noviembre de 2012

Por los funcionarios a la nación

Desde aquel "vuelva usted mañana", media Colombia odia a los funcionarios y la otra media quiere ser uno de ellos.

 
Hay razones para quejarse de su eficacia, de su impuntualidad, de su lentitud, de su ineptitud, de su soberbia, de su dejadez, de su pachorra, de su amiguismo, de su inmovilismo y nula voluntad de superación; en fin, ¡podríamos quejarnos de tantas cosas! Todavía guardo en la memoria una cola de viejos campesinos a los que se les acababa de violar sus derechos a reclamar sus tierras en nombre de no se sabe bien qué disposiciones, maltratados por un funcionario o funcionarios por faltarle el dato mil veces entregado, pero jamás archivado por dicho servidor público. Se me revuelve el alma aún al recordar cómo estos funcionarios de medio pelo abrocan a un pobre viejo arrugado y analfabeto. Podía ser su padre o incluso su abuelo. En la planta de muchos edificios no era una excepción, sólo el despotismo de hidalgos a sueldo en una administración que arrastra siglos sin dar cuenta a nadie de nada.
 
El Gobierno quiere meter en vereda la pachorra de estos servidores públicos y para eso acaba de presentar el futuro "Estatuto de la Función pública", con el que pretende mejorar la calidad y el rigor del trabajo de los funcionarios. Serán sometidos a evaluaciones periódicas y de su resultado dependerá el monte de sus retribuciones, incluso su continuidad en el trabajo. De lo que se deduce que podrían perder su puesto de trabajo, aunque no su empleo; es decir, podrían ser trasladados a una nueva actividad sin dejar de ser empleados públicos.
 
Métodos hay para que un funcionario cumpla, como en cualquier otro trabajo, sólo es cuestión de ejercer la dirección e inspecciones adecuadas, pero regular por ley la pérdida del trabajo ganado en oposición puede convertir la función pública en el derecho de pernada de ideologías y limpiezas nacionales. Un gobierno no puede manejar la columna vertebral del Estado a su antojo. Estos cambian, pero ahí quedan miles de hormigas anónimas sosteniendo los órganos del edificio. Son trabajadores por oposición, la fórmula menos mala de ocupar un cargo en la administración y el método más eficaz para impedir que el político de turno enchufe a toda su familia sanguínea o ideológica.
 
No sé en otra situación, pero en la actual, donde los godos arrinconan en su pueblo a todos los que no le bailan el agua, es muy peligroso. ¿Se imaginan cómo y qué evaluarán los fanaticos de media suela en las instituciones nacionales? ¿Qué incumplimiento laboral pondrán como requisito para quitarte de en medio? Con esa herramienta, desaparecerán los pocos profesores que aún dan las clases en castellano o son incómodos con el discurso nacional. ¿Quién les impedirá evaluar como un incumplimiento laboral no dar todas las clases en español sino en ingles si ya lo han practicado antes sin ley alguna que los amparase? Poco importará si un profesor llega tarde, pasa de los alumnos o simula bajas. Bastará que dé las clases y comulgue con "la causa" para legitimar todos sus atropellos.
 
 Hemos visto demasiadas veces durante estos últimos años que ese era el criterio para ocupar puestos de responsabilidad en escuelas, universidades, institutos, diputaciones, oenegés, clubes deportivos, municipios, periódicos, radios y televisiones públicos; es decir, espacios laborales donde la decisión política era determinante.
 
Pero no se equivoquen, si el castellano te salvaba ayer, hoy es preciso además que su contenido sea nacionalista, marca de la casa. Sus odios más viscerales van contra aquellos hablantes que defienden la ciudadanía constitucional. Son sus conversos, los traidores a la familia. Así son las cosas aquí.





martes, 13 de noviembre de 2012

Me lo dijo el portero, Èl es un déspota

 
Colocarle un calificativo a una persona es un asunto serio, ya que se debe convivir con éste para indicar cuál es el que más se apega a sus acciones, y cuando se refiere a un gerente o al que por “suerte o amiguismo” y no por su experiencia, le dan tan hermosa función es mucho más complicado el asunto.
 
El término déspota ha tenido diferentes significados, desde padre, dueño, señor, amo, entre otros, hoy se pudiera decir que es como especie de un padre malvado por así decirlo; uno de los más grandes déspotas de la humanidad fue Ricardo III de Inglaterra, el cual a pesar de que estuvo muy poco tiempo en el trono, dejó tras de sí un sinfín de tramas palaciegas y acciones crueles simplemente por mantener el poder. Sencillamente en este caso, déspota viene a emplearse para describir a toda aquella persona que no sólo abusa de la autoridad que tiene, sino que además, trata con mucha dureza a sus subordinados.
 
Dentro de la Filosofía se puede citar a Montesquieu quien, no la considera una desviación de la monarquía, sino un gobierno “sui generis” que constituye el mal político absoluto «monstruoso» y «contra-natura», en la medida en que no se apoya en leyes fundamentales. El déspota es «un hombre a quien sus cinco sentidos dicen continuamente que él lo es todo y que los otros no son nada». Se pudiera decir ahora que el déspota, es considerado como un violentador emocional, más que físico, sin embargo, sus secuelas son brutales en el ser humano y que sus efectos son más profundas, porque su blanco es el espíritu y la psiquis de la víctima.
 
Uno de los factores mas nocivos para el clima organizacional es cuando el gerente déspota, se ha incrustado en una organización, ésto será muy difícil de erradicar, (a menos que el conglomerado se llene de valor y sabiduría y pueda enfrentar con argumentos y acciones al amo y señor); a pesar de que los márgenes de cambio en algunas organizaciones son muy limitadas, pues, la misma naturaleza despótica no le permite abrirse a las sugerencias; por el contrario, las opiniones que asimila, generalmente son opiniones de los de su entorno y, el déspota se nutre del servilismo y no de la capacidad. ¿Cómo se traduce esto?, en menos eficiencia y eficacia.
 
El gerente déspota crea un ambiente de hostilidad, es decir, que incentiva el chisme, la burocracia, la falta de impulso y, desestima al talento humano a desarrollar su creatividad. Por el contrario, si el empleado hace una sugerencia que beneficie a todos, automáticamente se le comunica que no fue contratado para dar sugerencia.
 
Si las organizaciones y en especial, las académicas midieran su rendimiento conforme las actitudes de sus jefes y coordinadores, de seguro su porcentaje de rendimiento sería de un 100 por ciento, de aquí que una institución exitosa y que sirva de ejemplo social, depende del personal que la dirija, tantos los de alta dirección como los intermedios.
 
¿Pero cuáles son las características que sobresalen en un gerente déspota?
 
1- El autoritarismo; es una de las característica principales en el gerente déspota. Él no permite márgenes para la concertación. Las decisiones se toman verticalmente, de arriba hacia abajo o egocéntricamente. No le da márgenes para discernir a sus empleados o a cualquier tipo de asamblea. Éste crea una atmósfera de tensión fuera de lo normal y, por ende, a cada instante desencadena una circunstancia anárquica, con consecuencias fatales. Cuando me refiero a fatales, es a la pérdida de tiempo que se crea, que pudiera ser considerada como una estrategia (un vulgar caballo de Troya), como para que no se llegue a la médula de su pésima gestión.
 
2- Servilismo; el gerente déspota se alimenta del servilismo, lo disfruta y lo incentiva. Es, se podría decir, su modo de vida organizacional. Su gestión narcisista, se acrecienta a su máximo esplendor cuando uno de sus dependientes se le arrastra como una serpiente hipnotizada, en total sumisión a contarle algún chisme o para halagarlo por alguna decisión de éste. Es tanto así, que en muchas ocasiones se llega al ridículo.
 
Ahora, debemos de detenernos y hacer un paréntesis para diferenciar el servilismo del empleado leal. Como se dijo con anterioridad, el servilismo se arrastra, se humilla; no tiene independencia y no es leal. Muy por el contrario del empleado leal, éste mantiene sus convicciones, su postura ante su jefe, procura el bienestar de la organización y el bienestar de cada uno sus compañeros. No anda con maquinaciones perniciosas de sus compañeros para ganar estatus dentro de la empresa, por el contrario, trabaja en base a su capacidad. De aquí que se mantiene en una constante capacitación, desde luego, que ésto en muchas ocasiones le crea situaciones, pues, el gerente déspota lo ve con desdén.
 
Entonces, el empleado leal es visto con malos ojos por el gerente déspota, éste cuestiona constantemente su labor, sus planteamientos e inclusive hasta su vida personal. Se transforma en el Yago de Shakespeare, o como diría Erich Fromm en su libro el corazón del hombre, en un necrófilo puro.
 
Este tipo de persona tiene una actitud insoportable, generalmente solo tiene un origen, su frustración personal y profesional derivada de una insuficiencia de actitudes. Su sensación de no tener el control de las cosas le obliga a decir y hacer todo eso que la gente aborrece y si llegan a dirigir una corporación, sus demandas son exageradas y sus reprimendas humillantes, se considera a si mismo una persona de resultados (pero nunca se ven), y algunos de sus más allegados (tal vez, tartufos de moda) pueden subir de puesto al recurrir a estratagemas poco éticas para conseguirlo; cuando ve mermada su influencia, comienza a articular planes para desestabilizar el desenvolvimiento de ésta. Reduce o cambia al talento humano en los departamentos (¿será para qué colapse y todo lo hagan mal?). Entonces, se puede deducir que el gerente déspota es un ególatra, que conforme se ve a si mismo, ve a la institución, por ende, si ve su influencia caer en decadencia, así mismo ve caer a la organización.
 
Leí no se donde, acerca del anuncio y la denuncia, es decir una acción conlleva a la otra, y por eso me pregunto ¿qué hacer ante un gerente déspota? Creo que la respuesta más espiritual la conseguí en la Sagrada Escritura, en el evangelio de Marco, capitulo 18, versículo del 15 al 17, en el cual recomienda que se hable con la persona a sola y hazle reconocer su falta, si no te hace caso, llama a dos personas más; si tampoco hace caso, entonces se le comunicará a la comunidad y si a éstos tampoco lo hace reflexionar y cambiar de actitud personal, habrá que considerarlo un pagano o renegado; que es un termino más deplorable que déspota hoy día.
 
Tomando en consideración la enseñanza bíblica y aplicándola en una organización con una gerencia tóxica, se pueden hacer ciertas recomendaciones:
  • Deje de ser sumiso.
  • Unirse como personas adultas y compañeros de labores.
  • Informar detalladamente a su inmediato de la realidad laboral que él mismo ha creado.
  • Enfóquese no en la persona sino en su conducta
  • No caiga en su juego maquiavélico.
  • Trate de romper su monologo a través de una comunicación de altura y sin epítetos.
  • Mantenga y entregue su trabajo al día.
  • Respete los canales de supervisión.
  • Escriba e informe todo a su supervisor inmediato.
  • No demuestre miedo.
  • Exija su evaluación (por aquello del aumento de rotación de personal)
  • Trabaje en equipo.
Finalmente tenemos, que si luego de aplicar estrategias, no contamos con un cambio de actitud, entonces nos encontraremos ante una situación de incompatibilidad, es decir que las competencias del jefe, así como su estilo directivo no se adecuan a las competencias (entendemos que estamos incluyendo las competencias de liderazgo) que requiere la organización. Si ya estamos seguros que proporcionamos todas las oportunidades que estuvieron a nuestro alcance y que respaldamos el proceso de cambio, sin obtener los resultados que esperábamos, entonces es el momento de pensar en una estrategia de cambio en el puesto, para lo que podemos optar por promover a un subalterno que destaque por su desempeño o reclutar y seleccionar a un profesional de fuera de la empresa. Reitero que antes de llegar a esta etapa es necesario haber comunicado clara y frontalmente el problema (retroalimentación) y luego haber respaldado la búsqueda de una solución.
Dedicado a los que hoy somos subalternos espirituales, mañana tal vez gerentes despóticos.
Nerio Ramírez Almarza

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