OPINIÓN LIBRE
POR
DIEGO ROLDAN JARAMILLO
Cuando algún ser humano vive pendiente del
otro; como habla, como se viste, como camina, como se peina, donde trabaja, o
que título tiene, estos pequeños y desagradables homos sapiens solo viven la
vida de los demás, pero nunca la suya. Claro está, que quisieran vivir la vida
de quien envidian y tanto odian. Estos seres mediocres se esconden detrás de un computador,
una alias, una imagen, o algún signo que los identifica; los hace más visibles
en su cobardía, criticando por detrás de la puerta, y encerrados en su soberbia
desatinada.
Si las personas son lo que son, a quien le
importa su vida, debieran dedicarse a otras cosas más importantes, ya que su
vida es un desastre, y algo compleja; tal vez necesitan sicólogo para aliviar
sus penas, y sus males. Casi siempre el odio, la envidia y la soberbia ensucian
tanto la vida que cuando se les ve la cara parecen unos seres esqueléticos
sacados de una película de terror. Somatizan tanto sus envidias que todas las
enfermedades los persiguen hasta el fin de sus días.
En un texto del sociólogo Héctor Gallo “EL SUJETO CRIMINAL”, de la editorial
Universidad de Antioquia, año 2007, dice palabras más, palabras menos lo
siguiente: (….) “si el fundamento del crimen es la agresividad humana, debe
tenerse en cuenta que ella no depende de un instinto, sino de una identificación
primordial con el ser más íntimo. En el ataque al semejante intervienen elementos
de orden imaginario como la envidia, la rivalidad, los celos, y la hostilidad;
de tipo simbólico, como el cálculo criminal; y de orden real, como el cálculo
delirante propio de la psicosis paranoica. La extraordinaria periocidad con la
cual se presenta el delito, da por cuenta de que no depende de contingencias
excepcionales y de que no es todo desadaptación; también es una forma de
tratamiento subjetivo de lo que no marcha en la sociedad”.
Si cada persona aportara paz a su vida, todo
sería muy distinto, si cada ser humano construyera su propia vida y no mirara
la del otro, sería feliz. Si cada persona sacara de lo más profundo de su
corazón la virtud de recocer lo bueno del otro, dejaría fluir su mente como un
paracaídas, y el mundo sería muy distinto.