jueves, 25 de octubre de 2012

“No es a través de los asalariados que vamos a hacer la reforma tributaria”

El Presidente de la Comisión III del Senado de la República Camilo Sánchez Ortega cuestionó al Ministro de Hacienda por el aumento de impuestos en varios sectores que afectan a la clase media y alta.

Bogotá, octubre 24 de 2012. La Reforma Tributaria que cursa en el Congreso de la República no puede afectar a los asalariados colombianos con la aprobación de nuevos impuestos que afectan entre otros sectores como la canasta familiar y la salud, advirtió el presidente de la Comisión Tercera del Senado, Camilo Sánchez Ortega.
 
El congresista notificó al Ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas Santamaría que el Partido Liberal no apoyará la creación o aumento de gravámenes que afecte el bolsillo de los colombianos, especialmente de las clases media y baja que representan el 95 por ciento de los contribuyentes.
 
“Hay unos temas que para nuestra colectividad son intocables: la canasta familiar y su cadena, así como lo que tiene que ver con el sector salud. En eso no vamos a ceder, porque para nosotros es importante que no se afecte el bolsillo de los colombianos”, aseguró Sánchez Ortega al intervenir en la sesión conjunta de las comisiones conjuntas económicas, terceras y cuartas del Senado y la Cámara de Representantes.
 
El parlamentario agregó que “con las modificaciones a esta iniciativa a una familia de clase media, que devenga entre 3 y 8 millones de pesos, le estamos metiendo otros golecitos en temas como la salud ya que se subirá el IVA del 10 al 16 por ciento en medicina prepagada, sumado a los impuestos laborales. Cuando se suman todos lo que estamos viendo es que hay una muy fuerte cantidad de nuevos tributos que están en otros sectores que van a afectar a los asalariados y las clases medias y alta”
 

“Lo que estamos planteando es que para compensar las disminuciones en algunas partes laborales se establezca un 7 por ciento de impuesto sobre las utilidades de las multinacionales que no están pagando ni un peso por este concepto, tal como lo estableció el gobierno del presidente Uribe”, señaló.

 
Sánchez Ortega agregó que “de acuerdo con un informe las primeras 150 empresas del país generan más del 80 por ciento de los ingresos tributarios, por eso no nos dejemos de contagiar de algunos técnicos que dicen que es a través de los salariados que vamos a hacer la gran reforma”.

Los idiotas utiles

Los llamados idiotas útiles, muchas veces actúan sin saberlo, y justamente porque no se dan cuenta de que los usan, son idiotas útiles. Esto es muy común verlo principalmente en la arena política y son los que se mueven impulsados por sus “jefes políticos” a por ejemplo, realizar alguna denuncia que nunca podrán probar, pero mientras tanto le dan tiempo a su “superior” a ocupar espacios y seguir “trepando”, pero son ellos los que finalmente pagarán los platos rotos, manchando muchas veces hasta su propio honor, que al parecer poco les interesa. Los idiotas útiles no contagian a nadie venden confites a domicilio, se creen ricos y no lo son, solo viven de la galletería su oficio principal, porque actúan como kamikases, ellos van al choque con quien sea, el asunto es complacer a sus jefes, ¿ Cuál es el beneficio que obtienen ?, muchas veces si sus “jefes políticos” acceden a algún cargo importante en el gobierno, reciben como paga una migaja como favor , o sea un trabajo de vacaneria, que son los que pasan a cobrar todos los 29 de cada mes, sin prestación productiva alguna; también en el ambiente se les llama “asesores”. ¿ Y porque existen se preguntarán los lectores de ésta sinopsis?, pues porque la política necesita de elementos oscuros para hacer el trabajo sucio; los idiotas útiles son los que arman las “roscas políticas”, es decir, las intrigas palaciegas en donde no se ven involucrados sus “jefes políticos”, que deben mostrarse impolutos ante la ciudadanía.
 
¿Entonces la política es sucia?, no la política no lo es, sino que algunos políticos la dañan con su proceder inadecuado, porque tienen como guía la máxima de Maquiavelo de que el “fin justifica los medios” y la cumplen al pie de la letra. Siempre existieron y seguirán existiendo los idiotas útiles, porque son elementos muy necesarios para los “peces gordos” de la conducción política y ya no en la región solamente; sino, en todas partes del mundo.

lunes, 22 de octubre de 2012

Por Daniel Samper Ospina

OPINIÓN / REVISTA SEMANA
 
Ahora lo veo con claridad: Uribe era Batman, cómo no. Su personalidad secreta era la de un hombre con gafas y bien peinado que aparentemente cumplía la ley.
 
Sábado 20 Octubre 2012
 
Me leí No hay causa perdida, el libro de Uribe, con la esperanza de llevarlo a la pantalla grande. Desde hace un tiempo quiero competir con las comedias costumbristas que Dago García estrena en diciembre, y supuse que contar la vida de Suso El Paspi haría las delicias de la familia colombiana, dada a reírse cuando un actor grita una grosería.
 
No fue fácil leerlo, no crean, porque lo escribió originalmente en inglés, y de ahí lo tradujeron al español, y luego al paisa, y en ese periplo se perdieron varios conceptos: los tres huevitos, por ejemplo, aparecen traducidos como "the triangle of trust", con lo cual la narración pierde vigor erótico. Sin embargo, el traductor consiguió verter al español aquellas frases de Uribe que en inglés no sonaban tan bien: "Minister Palace: give a notary in Barranca Bermeha to this woman and she changes the little articule"; "If I see you, I give you in the face, you pussy"; "Don´t call me gay, don´t call me paracus"; "Another question, my friend"; "Vice-president Saints, I am scratching my three little eggs".

El libro está lleno de grandes momentos, pero el mejor de ellos es el capítulo en que Uribe se reconoce como el Batman criollo: "Se me ha descrito como una especie de Bruce Wayne suramericano -afirma-: un niño privilegiado que juró vengar la muerte de su padre asesinado por bandidos". Bruce Wayne, para el que no lo sepa, es Bruno Díaz: un galán multimillonario que de noche se convertía en Batman; que, posteriormente, se tiñó el pelo de amarillo para protagonizar una novela. Y que, ya en el colmo de la decadencia, terminó como concejal del Polo Democrático.

Sé que el país es proclive al humor involuntario, y yo mismo llevo un mes comentando el episodio en que el actor Naren Daryanani perdió una 'simón gaviria' en un partido de fútbol y rogándole a Roy Barreras para que le insista a Angelino que se haga el examen de próstata pero con mucho más tacto. Sin embargo, creo que esta vez estamos ante un hallazgo inmortal.

Ya decía yo que Uribe me recordaba a algún enmascarado, aunque no necesariamente asumí que fuera el hombre murciélago, chupasangre por naturaleza. Pero ahora puedo verlo todo con claridad: Uribe era Batman, cómo no. Su personalidad secreta era la de un hombre con gafas y bien peinado que aparentemente cumplía la ley. Sin embargo, en las madrugadas -porque era bien madrugador- volaba al Palacio de Justicia para hacer de las suyas con los otros superamigos: los gemelos fantásticos, que eran los hermanos Palacio y andaban con un gracioso mico que colaban en las leyes del Congreso; alias La Mole, que era Valencia Cossio; Flash, que era Andrés Uriel Gallego; la Mujer Maravilla, que era Alicia Arango; el hombre Arana, sin eñe; el Santos, que después se convirtió en el Guasón. Y el Pincher Arias, que, como es obvio, era Robin: un agraciado adolescente rubiecillo que andaba en lycra verde y a quien Batman llevó a su 'Paracueva' para que vivieran todo tipo de aventuras: andaban en una 'Bati-yegua'; repartían 'Bati-subsidios' entre millonarios; alquilaban películas en 'Batimovie'. Y mandaban a César Mauricio al 'Bati-cano'.

Pero cuando me disponía a escribir el guión intuí el final: que los superamigos fracasaban en su plan de meter un 'Bati-articulito' para adueñarse de Ciudad Gótica y a Batman le daba tanta rabia que se convertía en Hulk, el hombre verde, y terminaba dándole en la cara a Robin, por marica. Y entonces desistí de mi idea: la verdad es que la historia de Uribe no da para llevarla al cine sino, a lo sumo, a la TV. Y ni siquiera como serie, sino en formato de concurso. Y esa es mi idea de hoy: que la segunda parte de La voz Colombia, sea con Uribe.

En un primer momento pensé que deberían hacerla con líderes del Partido Liberal y utilizar una gigantesca réplica de la mano de Vargas Lleras para que sostuviera el micrófono con la V de victoria, lo cual ahorraría costos de utilería. Soñaba ver en las sillas giratorias a algunos expresidentes liberales, famosos por las cosas que les hacen en las espaldas. Y entre ellos -y esto me emociona- a mi tío Ernesto: imaginaba que al fin lográbamos reencaucharlo, como pasó con Montaner, y me erizaba todo: ¿quién podría destacarse más que él en un concurso en el que todo sucede a sus espaldas? Ni siquiera Santos, que se voltearía ante cada participante. Porque Santos siempre se voltea.

Pero volví a la idea de basar el concurso en el Paspi porque el formato podría servir para juzgarlo de una vez.

La idea es que el juez Baltasar Garzón reemplace a Carlos Vives; Iván Cepeda a Andrés Cepeda; Capriles a Montaner y Gina Parody a Fanny Lú. Los concursantes serían Miguel de la Espriella, Salvatore Mancuso, Yidis Medina y el general Santoyo, entre otros. Cada uno tendría un entrenador: el de Mancuso sería Yair Klein; el de Yidis, Sabas. Los participantes deben cantar lo que saben, y en la medida en que se impresionen los jueces se irán volteando. El objetivo del concurso es conseguir que Uribe recupere la voz, al menos la de la conciencia. A quien lo logre, el DAS le grabará, si no un disco, al menos una llamada telefónica. Y, como castigo, quienes pierdan recibirán el 'Bati-libro' de Uribe, así no hablen inglés.
Este es un espacio de opinión destinado a columnistas, blogueros, comunidades y similares. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores que ocupan los espacios destinados a este fin por Semana.com y no reflejan la opinión o posición de Publicaciones Semana S.A.

 

Cinco lecciones

Por Daniel Coronell


OPINIÓN /REVISTA SEMANA
 
No podemos esperar la erradicación de la pobreza, ni la superación de las desigualdades sociales para dejar de matarnos.
 
Sábado 20 Octubre 2012
 
La verdad es que esto arrancó mal. Las Farc llevaron a Oslo el mismo discurso del Caguán, de Tlaxcala y de Caracas. Pretenden imponer en la mesa lo que nunca lograron ganar con las armas. El larguísimo memorial de peticiones irredentas y la negación de cualquier responsabilidad por parte de la guerrilla, no permiten pensar que esta vez sí vayan en serio.

Las decepciones del pasado dejan lecciones que quizás sirvan para dosificar la esperanza y probablemente también para salvarla.

La primera lección es que la negociación debe tener plazos claros.

La extensión indefinida de los diálogos termina matándolos. El contraste entre las conversaciones de paz y las acciones de guerra le quita el piso político a los procesos de paz y desprestigia inexorablemente a los gobiernos que persisten en ellos. Un cronograma público y verificable es necesario.

En el pasado la dilación le ha servido a la guerrilla para ganar espacios políticos y reacomodarse militarmente. Es decir, para continuar la guerra y no para avanzar hacia la paz. Por eso el establecimiento de compromisos y términos no les gusta a las Farc.

En 1998 Raúl Reyes hablaba de la imposibilidad de establecer "plazos fatales" al proceso de paz. Ahora Iván Márquez invita a rechazar la "paz exprés", diciendo que solo conduciría a una nueva frustración.

Por el contrario, lo único realmente útil para evitar frustraciones es que el desarrollo del proceso comprometa a las partes con resultados en plazos establecidos y que los ciudadanos puedan saber si avanza o se estancó.

La segunda lección es que la solución de los enormes problemas sociales de Colombia, no puede ser el prerrequisito para lograr la paz.

Dentro de su propaganda justificadora, las Farc han repetido por años que la paz no es solo "el silenciamiento de los fusiles" sino, como lo acaba de reiterar Iván Márquez, "la solución de los problemas económicos, políticos y sociales, generadores del conflicto".

Nada más falso. No podemos esperar la erradicación de la pobreza, ni la superación de las desigualdades sociales para dejar de matarnos. Por el contrario, el cese de la violencia permitiría el uso de enormes recursos para solucionar esos problemas evidentes.

El argumento válido sería el opuesto: mientras no se silencien los fusiles no habrá recursos suficientes para lograr la anhelada justicia social.

La tercera lección es que el proceso de paz no es la paz misma.

No es razonable que los colombianos esperen que las Farc cesen sus acciones violentas o que el terrorismo desaparezca porque se han iniciado los diálogos.

La dura realidad indica que el cese de las hostilidades es un punto de llegada y no de partida en los procesos de paz. Por la misma razón, el Estado debe aumentar la presión militar sobre la guerrilla durante los diálogos. Los deberes del gobierno con la seguridad de los ciudadanos no desaparecen -ni quedan suspendidos- por el inicio de unas conversaciones con la guerrilla.

La cuarta lección es que no es sabio depender del enemigo.

El gobierno no puede apostar su supervivencia política al éxito del proceso de paz. La guerrilla no hará ninguna concesión para salvar a su contraparte. El eventual fracaso de un proceso de paz y el consecuente advenimiento de una nueva escalada de guerra no asusta a las Farc, cuyo negocio ha sido la violencia por casi 50 años.

Una delgada línea separa al sueño de la pesadilla y a la esperanza del desengaño. Le pasó a Andrés Pastrana en Colombia, le pasó a Ehud Barak en Israel y le pasará a Juan Manuel Santos si no procede dentro del mayor escepticismo.

La quinta lección es que -a pesar de todo- ninguna guerra puede ser eterna.

 
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