OPINION LIBRE 111
POR: DIEGO ROLDAN JARAMILLO
Con todo el perdón de la expresión y como dijera cierto personaje de pueblo, ahora cualquier pendejo es político. En la entidad pública, como en todo el país esto se da mucho: “cualquier güevón es alcalde, concejal, diputado, gobernador o cualquier cosa. No existe control.
Con el nuevo proyecto reciclado de ley que presento el gobierno nacional para permitir la reelección de alcaldes y gobernadores para el año 2015 en ampliar el periodo a cuatro años de estos sabios, para los políticos tradicionales es sencillamente un juego de poder. Mi pregunta: ¿Si estamos preparados los Colombizombies para esto?.: “no creo”.
Antes de ser electos los alcaldes y/o miembros de las corporaciones públicas, éstos deben ser selectos rigurosamente por los partidos políticos y a su vez, los instituciones políticas estar seguras que éstos cuentan con cierto nivel académico para tener nociones de lo que es la administración municipal y de ser posible tengan una capacitación acorde con lo público.
En las administraciones penosamente nos damos cuenta que sólo el 15% de ediles del país cuenta con estudios profesionales. ¿Y el resto?, pues son un grupo de ignorantes que en nada benefician al pueblo.
En las administraciones cuando estos personajes entran a administrar lo público, a muchos les llaman “ingenieros”, cuando sólo tienen bachillerato; “contadores” que sólo cuentan chistes por ser contadores privados; “licenciados” que no llegaron ni a la mitad de la carrera o en el peor de los casos, “maestros”, cuando éstos estuvieron en el magisterio y surgieron de la noche a la mañana como “políticos” en busca de nuevos horizontes que les permitan resolver sus problemas económicos a costas del erario público al que tanto atacan, pero que no colmaron las expectativas de la “polis”, y se van sin pena ni gloria, porque ni colorados se ponen, la vergüenza la arrastran de por vida, no hicieron nada por la comunidad que los eligió (del alcalde de turno). Solo se pegaron de la piel de la administración para ocultar su incapacidad y cobrar un cheque mensual.
Si ahora la ley marca que el tesorero municipal debe ser contador, el director de Obras Públicas arquitecto o ingeniero civil y el secretario, abogado en derecho, lo justo es que los alcaldes deben ser también profesionales. Ahora bien, si los nuevos alcaldes vienen a servirse, no a servir -- como ya es costumbre --, pues simple y sencillamente no requieren de un título porque para eso existen los “asesores”, y una serie de incompetentes que de la misma forma vienen a hacer el trabajo del funcionario elegido que no sabe nada de lo público y con esto sangrar la economía del pueblo.
Los cursos que en breve recibirán los gobernadores, alcaldes y corporados de nada les van a servir. De esto daremos cuenta con la famosa frase “este alcalde resulto ser un fiasco, y estos Corporados salieron de que circo”, pero vuelvo a mi pregunta –¿quién los eligió?-, ya se la respuesta normal: “el pueblo merece sus gobernantes”.
En el mismísimo primer año todo es luna de miel y después el tiempo pasa y nada de nada…. Y el común es: este gobernante me decepcionó. Pero es que un ciudadano responsable no puede estar vendiendo su conciencia (su voto) por un mercado o por el que más saluda, hay que votar a conciencia y por uno que reúna el perfil, mejor dicho que esté preparado para servir con lo que aprendió en la academia, para digir y para hacer transformaciones sociales y de bienestar del pueblo, que se preocupe por sus problemas y que no le huya a estos. Hágalo y no le pesará, de su voto con conciencia. Pregúntele al candidato cual es su propuesta, cual es su origen, cual su experiencia.
Pero por favor no más mercados, no más candidatos “uñilargos”. Lo único que tienen estos “PATOS” como propuestas es dar mercados, y feriar los puestos. Que falta de respeto con el pueblo. “Soy muy duro lo sé y pido disculpas, pero ya estamos mamados de estos primiparos y foráneos que nos vienen abrir los ojos sin conocer nuestra idiosincrasia local”.
“Un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción”. (Simón Bolívar).
