sábado, 16 de mayo de 2009

LOS LLAMADOS IDIOTAS ÚTILES.



Muchas veces actúan sin saberlo, y justamente porque no se dan cuenta de que los usan, son idiotas útiles. Esto es muy común verlo principalmente en la arena política y son los que se mueven impulsados por sus “sueños matones; enclavados en el poco seso que les queda en su pequeño “cerebro”; de estos dirigentes”que he bautizado los incapaces” (claro esta; algunos de ellos tienen que terminar primero el bachillerato). Siempre existieron y seguirán existiendo los idiotas útiles, porque son elementos muy necesarios para los “peces gordos” de la conducción política; sino, en todas partes de su cortina de humo no se viera así. Que los hay, los hay ¿Acaso Maquiavelo no era vidente de lo que podía pasar 540 años después?

Repasemos la historia de este libro EL PRINCIPE de Nicolás Maquiavelo escrito por allá en el año de 1513, y analicemos a quien se parecen hoy; están en la vida pública; ya sea parroquial, departamental o nacional.

Capitulo XVIII. PAG. 128

1. Cuan loable es en un príncipe mantener la fe jurada y vivir y vivir de un modo integro y no con astucia, “todos” lo comprenden: sin embargo, la experiencia de nuestros días nos muestra príncipes que han hecho grandes cosas y, no obstante han hecho poco caso de la buena fe y han sabido atraerse con astucia las mentes de los hombres, “de modo que incluso han acabado triunfando de los que se fundaban en la lealtad.”
2. debéis, pues, saber que hay dos maneras de combatir: una cosa las leyes, y otra con la fuerza; la primera es propia del hombre, la segunda lo es de los animales; pero, como muchas veces la primera no basta, conviene recurrir a la segunda por tanto, un príncipe le es necesario saber hacer uso de una y otra. Esto es lo que con palabras encubiertas enseñaron a los príncipes los antiguos autores, los cuales escribieron que Aquiles y muchos otros príncipes de la antigüedad fueron confiados en su niñez al centauro Quirón, para que los custodiara bajo su disciplina tener por preceptor a un maestro mitad bestia y mitad hombre no quiere decir otra cosa sino que un príncipe necesita saber usar una y otra naturaleza y que la una sin la otra no es duradera.
3. así pues, viéndose un príncipe en la necesidad de saber obrar competentemente según la naturaleza de los animales, debe imitar entre ellos a la zorra y al león a un tiempo; porque el león no se defiende de las trampas, y la zorra no se defiende de los lobos. Es necesario, pues, ser zorra para conocer las trampas, y león para destrozar a los lobos. Los que solo toman por modelo al león no entienden sus intereses. Por tanto un príncipe prudente no puede ni debe mantener fidelidad en las promesas, cuando tal fidelidad redunda en perjuicio propio, y cuando las razones que la hicieron prometer ya no existen. Si los hombres fueran todos buenos, este precepto no seria bueno, pero, como son malos y no observarían su fe respecto a ti, tú tampoco tienes que observarla con respecto a ellos. Nunca le faltan a un príncipe razones legitimas para cohonestar la inobservancia. De esto se podrían dar infinitos ejemplos recientes, y mostrar cuantos tratados de paz, cuantas promesas han quedado anuladas y vanas por la infidelidad de los príncipes: el mejor supo obrar como zorra, tuvo mejor acierto. Pero es necesario saber encubrir bien este natural, y tener gran habilidad para fingir y disimular: los hombres son tan simples, y se someten hasta tal punto a las necesidades presentes, que quien engaña encontrará siempre quien se deje engañar.
4. entre los ejemplos recientes, no quiero pasar uno en silencio. Alejandro VI no hizo nunca otra cosa, ni pensó nunca en otra cosa que engañar a los hombres, y siempre encontró medios de poder hacerlo. No existió nunca un hombre que tuviera mayor eficacia en aseverar, y con mayores juramentos afirmara una cosa, que al mismo tiempo la observara menos, sin embargo, sus engaños le salieron siempre a medida de sus deseos, porque sabia como hacer caer a los hombres con semejante estratagema. No es necesario, pues, que un príncipe posea de hecho todas las cualidades mencionadas, pero es muy necesario que parezca poseerlas. Incluso me atreveré a decir que, si las posee y las observa siempre, serán perjudiciales, y, si parece poseerlas, le serán útiles, puedes parecer manso, fiel, humano, leal, religioso, y serlo pero es preciso retener tu alma en tanto acuerdo con tu espíritu que, en caso necesario, sepas variar de un modo contrario. Y que hay que comprender bien que un príncipe, y especialmente un príncipe nuevo, no puede observar todas aquellas cosas por las cuales los hombres son considerados buenos, ya que ha menudo se ve obligado, para conservar el estado, a obrar contra la fe, contra la caridad, contra la humanidad, contra la religión. Es menester que tenga el animó dispuesto a volverse según que los vientos de la fortuna y las variaciones de las cosas se lo exijan, y, como dije más arriba, a no apartarse del bien, mientras pueda, sino a saber entrar en el mal cuando hay necesidad.
5. un príncipe, pues, debe tener gran cuidado de que nunca le salga de la boca una cosa que no esté llena de las cinco mencionadas cualidades, y de que parezca, al verle, oírle, todo bondad, todo buena fe, todo integridad, todo humanidad, todo religión. Y no hay otra cosa más necesaria para aparentar tener que esta ultima cualidad. Los hombres en general juzgan mas por los ojos que por las manos, porque el ver pertenece a todos, y el tocar a pocos. Todos ven lo que pareces, pero pocos comprenden lo que eres; y estos pocos no se atreven a oponerse a la opinión de muchos, que tienen la majestad del estado que les protege; en las acciones de todos los hombres , especialmente de los príncipes, contra los cuales no hay juicio a quien reclamar, se considera el fin. Procure, pues, un príncipe conservar y mantener el estado: los medios que emplee serán siempre considerados honrosos y alabados por todos; porque el vulgo se deja siempre coger por las apariencias y por el acierto de la cosa, y en el mundo no hay sino vulgo; los pocos espíritus penetrantes no tienen lugar en el, cuando la mayoría tiene donde apoyarse. Un príncipe de nuestros tiempos, el cual no esta bien nombrar, jamás predica otra cosa que paz y lealtad, y en cambio es enemigo acérrimo de una y otra; si el las hubiera observado, muchas veces le habrían quitado la reputación o el Estado.

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