lunes, 16 de mayo de 2011

Sagrada y prostituida promesa


Por
Luis Alirio Calle M.

Hola, Sylvia.
Aquí en Colombia estamos a pocos días de vivir una nueva feria de promesas. Las habrá sin duda de todos los colores, olores y sabores, aunque el número de empresas que las producen se ha reducido considerablemente gracias a la última poda, denominada técnicamente como "reforma política", lo que otros nombran como "Ley Electoral". Pero la oferta de promesas tal vez no se reduzca; quizás el volumen sea el mismo de hace cuatro años, o mayor, sólo que en menos manos, es decir, pocos partidos.

Le comento sobre esto porque supongo que usted está enterada de que por estos días en este país van teniendo más saborcito y mayor calorcito las diversas campañas políticas con miras a los comicios del 28 de octubre próximo para elegir alcaldes, gobernadores, concejales municipales, diputados a las Asambleas Departamentales, y miembros de unas corporaciones menores que usted sin duda desconoce llamadas Juntas Administradoras Locales, que son especies de pequeños "concejos" que operan en las diversas comunas (conjuntos de barrios) en que son divididas políticamente algunas de las grandes ciudades.

Y esta carta es para compartir con usted comentarios sobre ese producto de mayor venta por estos días en este país: las promesas que le dan color y sabor a la víspera de elecciones. ¿Sabe?, hace cuatro años escribí un artículo sobre la virginidad de las promesas que hacen los políticos, y digo virginidad porque hablaba de que, todavía hoy, no han sido tocadas por cumplimiento alguno.

Y le menciono eso porque, curiosamente, este año veo esas mismas promesas en una condición totalmente opuesta a la virginidad, es decir, prostituidas. Es que las promesas de erradicar el hambre, reducir la pobreza, distribuir mejor la riqueza, reorganizar la tierra y alcanzar la paz, han sido tan manoseadas, tan tocadas, tan usadas y tan abusadas, tan vendidas y tan compradas, que ya están más rotas que un cedazo. Ya ni forma tienen, no hay por dónde mirarlas, y toda credibilidad parece resbalarles.

Yo creo que los políticos promeseros ya no tienen futuro, y si algo de futuro les queda, no creo que pasen de mañana por la mañana. ¿Sabe por qué, Sylvia querida?, porque a pesar de lo que le digo sobre la prostitución de las promesas, ellas siguen siendo sagradas. En consecuencia, lo que ha sucedido con las promesas es un sacrilegio, y eso la gente termina por sentirlo, lo cual suele ser más decisivo que saberlo. O sea que los menos promeseros, es más, aquellos que ni siquiera hacen una sola promesa, son ahora los dueños del futuro en términos de política. Tal vez la única promesa válida para la gente, aquí y ahora, es la del sencillo cumplimiento del séptimo mandamiento de la Ley de Dios: no robar.

¿Usted alguna vez ha pensado, Sylvia, en lo sagrado que hay en una promesa, así sea la más pequeña de las promesas? Y, en consecuencia, ¿se ha acercado a lo que significa el no cumplimiento de la promesa, que es lo mismo que en paisa llamamos "la palabra empeñada"? ¿Sabe?, una especie de erosión al universo causa uno cuando no le cumple a un niño la promesa.

No parece tan simple como muchos podríamos suponer; es más, a menudo decimos que "distraemos" al niño con cualquiera otra cosa. Pues no, no es posible. Ante la promesa no cumplida, por pequeña que ésta sea, el niño se asoma al abismo de la mentira y descubre que el mundo de los hombres carece de seguridad. Quizás muchos niños tengan en ese instante el deseo sincero de desnacer, como en la breve historia de un niño en esas que nos cuenta el uruguayo Eduardo Galeano en su libro Día y noches de amor y de guerra.

¿Sabe qué, Sylvia?, el que incumple con lo pequeño incumplirá con lo grande. El que le miente a un niño le mentirá al mundo entero. El universo se mide desde la dimensión de lo pequeño. Muchos políticos le mienten a la gente como se le miente a los niños. El incumplimiento de una pequeña promesa genera una desconfianza grande, y la desconfianza nos mueve el piso, pone en peligro nuestras bases, y a muchos los hace llorar y aislarse, ser sólo ellos, mientras a otros los hace huir y desbocarse, y a muchos otros, matar o matarse.

Somos bastante desprevenidos con el incumplimiento de nuestras promesas, ignoramos que causan hecatombes. ¿Quién castiga el crimen de la promesa incumplida? Ni siquiera la promesa de amor puede hacerse, pues suele ser también bastante terrenal, y hoy, bastante medida por el dinero y sus mercados. Sólo el Amor puede hacer la promesa de amor, y todas las demás también.

Un abrazo... José Luiz.

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