miércoles, 26 de agosto de 2009

AL PUEBLO NUNCA LE TOCA


Al Pueblo Nunca le Toca es la cuarta novela que el escritor Álvaro Salom Becerra publica, después del éxito que obtuvo con sus otras tres novelas: El Delfín, Don Simeón Torrente ha Dejado de… Deber y Un tal Bernabé Bernal.

Al Pueblo Nunca le Toca es una novela con deliciosos cuadros de costumbres y realismo en donde un par de amigos discuten acerca de asuntos de la política local colombiana en la ciudad de Bogotá. Además la obra actúa como una evidente crítica social en la que se exalta la relación fundamental de la politiquería de un bipartidismo –ideas liberalistas e ideas conservadoras- con el manejo hegemónico del poder estatal, dirigido desde las minorías privilegiadas u oligarquías.

En este libro, además, se advierten otras cosas como el cambio demográfico, avances tecnológicos y desarrollo de la infraestructura del país en general. La obra concentra una visión histórica de lo que fue Colombia en ocho décadas del siglo XX; un análisis de crítica social y política; de narración de la vida de la clase popular y la clase alta; y de la tragicomedia en que se ven envueltos los hombres en todo nivel. Todos estos elementos son una constante en las obras de Salom Becerra, lo que hacen de este autor, un narrador privilegiado.

Al Pueblo Nunca le Toca

El título de esta obra se basa en un “slogan” que en tiempos de campaña política del movimiento revolucionario liberal, Alfonso López Michelsen liberara: “Ahora le toca al pueblo”, prometiendo a éste una revolución que reivindicase su papel en la democracia colombiana. Pero al final tanta promesa se invierte, dándonos como resultado “al pueblo nunca le toca”, sencillamente por que los ciudadanos de clases populares no tienen las capacidades económicas y culturales que predican tanto los ricos.

Casiano y Baltasar, los protagonistas de la historia, son un par de amigos que desde jóvenes discutían apasionadamente acerca de cómo se desarrollan las políticas de cada uno de sus partidos para poder perpetuarse en el poder. En un espacio de sesenta años (1918, tiempo en que comienza la obra – 1978, tiempo en que termina) se narran las experiencias políticas del país desde la visión de estos dos modestos hijos del pueblo, quienes demuestran que el poder siempre reside en las clases altas -high class- y que al pueblo nunca se le cumplirán las promesas de cambio y progreso.

Colombia, bipartidismo del siglo XX: Casiano y Baltasar (conservadores Vs. liberales)

Casiano Pardo y Baltasar Riveros son los dos personajes centrales en la novela. Ellos crecen y viven en el epicentro de la política colombiana: Bogotá, que en aquella época era un villorrio apacible que compensaba su atraso material con el culto al espíritu –quizá por eso alguna vez se le consideró la Atenas suramericana-. Todas las discusiones de Casiano y Baltasar giraban en torno al “gran circo político colombiano”. En 1918, Colombia venía siendo dirigida por la hegemonía conservadora, situación que tenía en crisis a Baltasar, ya que quería ver a los liberales en el poder para que el pueblo reinase. La presidencia en aquella época la asumió Marco Fidel Suárez, quién derrotó en las urnas al pueblo soberano, representado por el maestro Valencia. Luego vino el gobierno de Pedro Nel Ospina, del cual Baltasar adquirió un ejemplar del periódico “el Nuevo Tiempo”, arrancó la foto del vencedor, y se encerró en el excusado, no precisamente a contemplar la efigie del vencedor.

La hegemonía conservadora satisfacía de sobremanera a Casiano, que no desaprovechaba oportunidad para burlarse de su amigo Baltasar. Aunque las charlas entre estos amigos comenzaban de forma saludable, siempre salían indignados por no poder concordar en sus ideologías. Alguna vez Casiano le decía a Baltasar:


“¿Qué es el pueblo? Para mí es un rebaño de indios analfabetos y henchidos, de obreros ignorantes y desnutridos, de empleados impotentes como tú…”
Cada vez que escuchaba algo así, Baltasar se marchaba indignado por la elocuencia de su amigo. Continuaba diciendo:


“…el pueblo no es más que un rebaño manso y sumiso, manejado por unos pastores audaces e inescrupulosos que son los políticos de uno y otro partido, que hacen con él lo que les da la gana…”.
Al final de la obra ambos amigos reconocerán que estas palabras siempre fueron ciertas, por eso al pueblo jamás le tocaría.

Llegaría el año de 1930, y por fin a los liberales les tocaría el poder. Baltasar confiaba plenamente en que con esto por fin le tocaría el poder al pueblo. En esta época Baltasar esperanzado en un futuro mejor, llegó a acudir a la oficina del presidente Alfonso López Pumarejo, para que cumpliera sus promesas. Sin embargo, el presidente, displicente y sardónico, le hizo a un lado. Este feliz periodo para los liberales culminaría en 1946.

Para la década de los cuarentas, Jorge Eliécer Gaitán, liberal, se perfilaba como candidato presidencial. Gaitán representó la esperanza para Baltasar, y para muchos otros compatriotas de estratos bajos. Su frase en los discursos era: “Hay que procurar que los ricos sean menos ricos, para que los pobres sean menos pobres”, era sin duda una frase alentadora, aunque no daba las formas para tal solución. Gaitán perece en 1948, asesinado por poderes ocultos de la oligarquía y se da el “Bogotazo”, día nefasto para la capital de Colombia. Nuestros amigos Casiano y Baltasar fueron testigos impotentes de aquel día. Baltasar, inocente –ya que no fue partícipe directo-, por poco y es judicializado por revolucionario, ya que se mezcló sin culpa con la “guacherna”, que vilmente arrasó con todos los edificios estatales para eliminar sus archivos criminales.

Luego vendría la dictadura de Rojas Pinilla, en la cual se crea el Frente Nacional, cuyos resultados los pronosticó Jorge Eliécer Gaitán, quien decía que la unión de los oligarcas de los dos partidos sería el principio del fin de los de abajo… El Frente Nacional permitía que liberales y conservadores pudieran alternarse en el poder. Este período duraría 16 años, a manos de los hijos de anteriores mandatarios, dirigentes y privilegiados de clases altas. En esta época se vislumbra de forma clara el concepto de "El Delfín" que Salom Becerra desarrollara en la novela del mismo nombre. Ejemplo de ello es el mandato de Guillermo León Valencia, hijo del político y poeta Guillermo Valencia, que en antaño también aspiró al poder. Misael Pastrana, presidente en 1970, también hizo parte de este delfinazgo, heredándole el poder a su hijo, futuro presidente en 1998, Andrés Pastrana Arango. Esta es una de las señales inminentes para deducir que al pueblo nunca le va a tocar el poder.

Al final Casiano y Baltasar impotentes al ver tanta hipocresía en sus héroes políticos, se resignan. Baltasar llega a decir que en su epitafio le pongan la siguiente leyenda:


“Aquí yace un pendejo que duró ochenta años, sobre la tierra, creyendo en la llegada del pueblo al poder y que ahora, debajo de ella, continúa esperándola.”
Los personajes: su vida fuera de las ideas políticas

Casiano, era pequeño, obeso, blanco, chato, calculador, hipócrita, desconfiado, malicioso, enamorado y beato, nacido en el pueblo de Choachí, cuya tradición política es conservadora. Esto equivalía a decir que amaba el orden y la tradición, defendía el “sacrosanto” derecho de la propiedad privada. Su filosofía era “el poder es para poder”. Casiano además de conservador “godo”, era un soltero fetichista, cuya afición a las prendas íntimas se ve enfermiza. Cada mujer que poseía representaba una prenda íntima a obtener. Las coleccionaba y guardaba en su habitación. Este curioso contraste, refleja su doble moral como individuo, ya que también poseía fotos de santos religiosos en las paredes de la habitación. Su estilo de vida es el de “el que peca y reza empata”, por lo cual no era muy consecuente con su ideología sacrosanta conservadora. En su devenir tuvo la suerte de conocer a una mujer, Susana, acomodada económicamente, que había enviudado y heredado una enorme riqueza. Casiano se aprovechó de esto para enamorar a la viuda y hacerse a sus riquezas.

Recién ingresado a la “high class”, quiso hacer parte del “Jockey Club”, para codearse con gente de élite. Allí la envidia y la astucia de los avaros amigos que se hizo en el lugar, hicieron que Casiano perdiera su fortuna en préstamos que ellos le iban solicitando en nombre de su generosa amistad. Los amigos de la “high class” también se aprovecharon de la voluptuosidad de su mujer Susana, a quien chantajearon para vaciarle lo que quedaba de su fortuna. Al final Casiano vio pasar su momento de gloria de forma efímera, “lo que por agua viene, por agua se va”.

Baltasar era alto, magro, moreno, narigón, nervioso, extrovertido, locuaz, optimista, franco y ateo, nacido en el municipio de Une, de tradición liberal o “cachiporra”. Lo que equivalía a que era intolerante, dogmático y arbitrario, y promulgaba la igualdad. Estaba casado con una mujer de su clase –que no era privilegiada-, llamada Zoila, con quien tuvo nueve hijos. A los pobres chiquillos les tocó vivir en un ambiente sórdido de penas y hambre. Baltasar siempre les dictaba cátedras de política liberalista en medio del desayuno, almuerzo y cena –si es que tenían dinero para comer-. Para sostener a su prole, Baltasar trabajaba en un banco prestigioso, siempre inconforme y rebelde. El gerente del banco le salvó de que fuera judicializado por los hechos acaecidos el 9 de abril de 1948, durante el “Bogotazo”. Esto lo hizo por cuidar el nombre de la institución bancaria, mas no por razones humanitarias. Baltasar se iba haciendo viejo a la par que decrecían sus ilusiones de ver reinar al pueblo algún día.

Todo eso, sin embargo, no impidió que este par de personajes se volvieran amigos –por lo menos para discutir sin violencia-. Se conocieron de jóvenes en un colegio de Caquezá, y en su primer reencuentro en un establecimiento bogotano llamado “La Botella de Oro” se descubrieron como amigos a nivel personal, pero indudables enemigos en términos de ideología política -irónicamente esa afición hacía la política era lo que más los unía-. Al final de toda esta historia, este par de amigos logran conciliar sus ideas: “al pueblo nunca le toca”

¿Algún día le tocará al pueblo?

La escritura de Al Pueblo Nunca le Toca finalizó en octubre de 1979. En síntesis, refleja la condición humana como una lucha incansable por hacer realidad esperanzas muchas veces utópicas, sobretodo poniendo la fe en dirigentes o grupos políticos que prometen el cambio positivo, pero a la vez, niegan el progreso. Se refleja la insignificancia de sujetos como Baltasar y Casiano, en asuntos del poder político. Ellos sólo son dos pequeñas fichas del rompecabezas político, representan dos votos para su partido, pero se les niega parte de lo que les corresponde como pueblo: dignidad, mejores condiciones de vida, toma democrática de decisiones.

Por ello, para ellos prevalece la desilusión al ver que las promesas no se cumplen a cabalidad y que la ley que prima, es la ley del embudo, en donde lo angosto les corresponde a los pobres, mientras que el poder siempre será conservado por la “high class”, esto en un país democrático como lo es Colombia.

Nos deja como experiencia a reflexionar, que una ideología no debería justificar actos irracionales, ni barbarie. Ninguna ideología política, ninguna doctrina o religión debería ser detonante para la violencia, pues las consecuencias históricamente han demostrado ser nefastas. El caso de Colombia es ilustrativo: el bipartidismo desde su independencia ha generado notables y sangrientas divisiones como la de los federalistas y los centralistas; liberales y conservadores; cachiporros y chulavitas; y hoy día guerrillas comunistas, paramilitares y ejército estatal; narcotráfico, parapolítica, delincuencia común, terrorismo. No podemos acallar nuestra voz, debemos dejar atrás esas diferencias retrogradas y construir una verdadera democracia. Es hora de exigir lo que le corresponde al pueblo.

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