POR: YOLANDA RUIZ COLUMNISTA EL ESPECTADOR 10 DE OCTUBRE DE 2018.
Escribo mientras en las calles de las principales ciudades del país se manifiestan estudiantes y maestros que reclaman atención y presupuesto para las universidades públicas. Desconozco el resultado final de la protesta, pero al margen de lo que se consiga creo que lejos de ser un problema, la protesta social es un síntoma de que hay una democracia viva y activa a pesar de todas las debilidades que tiene.
Escribo mientras en las calles de las principales ciudades del país se manifiestan estudiantes y maestros que reclaman atención y presupuesto para las universidades públicas. Desconozco el resultado final de la protesta, pero al margen de lo que se consiga creo que lejos de ser un problema, la protesta social es un síntoma de que hay una democracia viva y activa a pesar de todas las debilidades que tiene.
Cuando se pronuncian
los jóvenes y se apersonan de su destino, de su futuro, hay esperanza. Esa es su
tarea: debatir, controvertir, abrir nuevos caminos y exigir mejores condiciones
para estudiar y para vivir. La obligación del Estado es escuchar y atender ese
clamor. Lástima que no se haya entendido así en el Congreso en donde le
cortaron la palabra a la delegada estudiantil al consejo de la Universidad
Nacional, Jennifer Pedraza. Que hablen y propongan los estudiantes y es nuestro
deber escucharlos.
Otro es el debate
sobre el cómo, el cuánto y el de dónde sale el presupuesto que hace falta. En
ese punto hay muchas miradas, pero celebro que tengamos a la educación pública
en el centro de las miradas. Que hablen aquí los expertos tanto en educación
como en finanzas para que encontremos el camino y los recursos. Tarea bien
complicada porque la ministra de Educación, María Victoria Angulo, dijo con
toda claridad que para este año solo se puede comprometer a mantener lo que se
ha presupuestado, pero nada más. Espera que se pueda mejorar el año entrante,
pero el 2018 debe terminar con lo que hay asignado.
Difícil porque
varias universidades dicen que la plata no alcanza para terminar el año. El
asunto es tan crítico que algunos rectores dicen que no tienen para pagar la
nómina de los meses que faltan ni los mínimos gastos de funcionamiento. En ese
punto las opiniones son distintas y mientras algunos critican los recursos que
se destinaron para el programa “Ser Pilo Paga” y dicen que ahí están los
recursos para tapar en parte el hueco, otros dicen que tal vez faltó una mejor
planeación en las entidades educativas para organizar el presupuesto. También
hay un atraso estructural que arrastramos desde siempre, un déficit que crece y
crece sin parar porque la plata alcanza menos ante las necesidades que cada día
son más.
Es cierto que en los
últimos años ha aumentado la partida para educación, como lo han dicho tanto el
Gobierno actual como el anterior, pero aún no es suficiente. Mucha de esa plata
se va pagando pensiones, y si queremos salir del atraso se debe invertir en
instalaciones, laboratorios, profesores y en más y mejores herramientas que
ayuden a formar los profesionales que el país necesita. Un incremento que solo
vaya amarrado a la inflación o apenas un poquito más no es suficiente porque
ante la magnitud de los gastos los presupuestos se quedan cortos.
Tal vez va siendo
hora de fijar nuestras prioridades cuando de repartir la plata se trata. ¿En
qué debemos y queremos invertir y por dónde podemos recortar? La educación
necesita un salto cualitativo en presupuesto y hacerlo significa tomar
decisiones políticas que cuestan y duelen porque la plata no aparece como por
arte de magia, y si queremos que la educación tenga una mejor tajada, alguien
tiene que ceder. ¿A quién se le quita? es la pregunta del millón porque no hay
sector que no esté pidiendo más. Una decisión que se debe tomar pensando en
presente y en futuro, escuchando a los que salen a las calles y también a los
que llevan años estudiando el fenómeno; mirando también procesos exitosos en
otros países que han logrado educación pública de calidad y con mayor acceso
para todos los sectores. Por eso, como dice la canción, “me gustan los
estudiantes que rugen como los vientos” porque cuando salen nos ponen a pensar
y a hablar de lo que importa. Ojalá el Gobierno y el país los escuchen.
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