martes, 9 de octubre de 2012

Una sociedad enferma.

Es muy triste tener que admitirlo, pero ya no hay discusión posible. Se podrá poner en duda el tipo de enfermedad que padece la sociedad o en el grado de la misma, pero de que está enferma, no hay duda posible.

Una sociedad donde solo interesa lo material, el “tanto tienes, tanto vales”, el “aparentar” más que el “ser”, el “tener más que el vecino”, el egoísmo, lo soez, la falta de respeto, la blasfemia a todas horas, el culto al cuerpo y el olvido más absoluto del espíritu, el botellón, la droga, la violencia y el desorden, una sociedad, en definitiva, cuyo único dios es el viejo conocido “becerro de oro”, es que está muy enferma. Casi terminal.
Una sociedad en donde se aspira a vivir eternamente, cuanto más guapos y más delgaditos mejor, claro, para no pensar que tenemos que morir alguna vez y rendir cuentas, porque es una ordinariez recordarlo y de mal gusto, es una sociedad podrida y acabada.

Vivimos en la “cultura del ocio”, en la “sociedad de consumo” por excelencia, en la “sociedad del bienestar”, en la “tolerancia”, en lo “políticamente correcto”, en la igualdad (por abajo, muy abajo) de los desiguales, en la “alianza de civilizaciones”, en el “mundo sin fronteras”, en la “cultura de lo multirracial”, en… ¿Para qué seguir?
Lo más elevado, lo espiritual, lo que alimenta al alma, la tradición, la verdadera Historia, el patriotismo, la Religión, todo lo más noble y eterno es relegado, perseguido y censurado. No debe sentirse nada ni por Dios, expulsado de la vida diaria, ni por la Patria, ni por la Familia, ni por la Bandera, ni por la Justicia.

Todo eso son cosas pasadas de moda, cosas de fachas, que no dan ni prestigio, ni dinero, ni muchísimo menos votos, faltaría más…
Y una sociedad así no puede seguir viviendo mucho tiempo. Esa enfermedad la irá corroyendo por dentro hasta que muera. Y lo hará, tarde o temprano, si no se pone remedio y se intenta una “terapia de choque” que la pueda sanar. Habrá que intentar evitar la nueva “invasión de los bárbaros” que dé por tierra con todo y acabe con lo malo que nos domina y no curamos, pero también con todo lo bueno que, alguna vez, tuvimos y no supimos conservar.

En eso estamos. Cuando hay un tumor maligno hay que extirparlo y tomar medidas de choque para evitar la metástasis y el final. Lo malo es que no tenemos un solo tumor, sino muchos.
Pedimos a Dios por el enfermo y porque nos mande un buen médico que lo sane urgentemente. Aunque haya que aplicar el escalpelo y cortar por lo sano.

“A grandes males, grandes remedios”… Y ya se sabe: “el que mucho ríe al final llora”… cuando ya no hay solución.1
 

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