lunes, 27 de febrero de 2012

La monja que besó a Elvis

La reverenda madre Dolores Hart pasa sus días rezando y trabajando en un convento de clausura de un pequeño pueblo de Connecticut. Se despierta a mitad de la noche para entonar himnos a Dios, en la madrugada ordeña las vacas y en las tardes cultiva fresas. Canta ocho veces al día, lee la Biblia y cuida a los ancianos. Esta ha sido su rutina durante medio siglo, pero su vida no siempre fue así. En los cincuenta era una de las rubias preferidas de Hollywood, compartió escena con leyendas del cine y pasó a la historia como la primera mujer que besó a Elvis Presley en una película.

Cambió el deslumbrante mundo del espectáculo por el de la humildad y el silencio de una abadía benedictina. Pero este domingo su pasado regresará cuando vuelva a desfilar en la alfombra roja durante la entrega número 84 de los premios Óscar. El documental God Is the Bigger Elvis, que cuenta su radical transformación, está nominado a una estatuilla dorada en la categoría de Mejor Corto, y la religiosa será la invitada de honor.

La madre Dolores va a caminar por el teatro Kodak de Los Ángeles al lado de galanes como Brad Pitt y George Clooney, veteranas como Meryl Streep y Glenn Close, y divas de la talla de Angelina Jolie y Michelle Williams. A pesar de que será la única que no llevará un vestido de diseñador ni joyas costosas, los gurús de la moda analizarán su hábito negro de pies a cabeza. La directora del documental, Rebecca Cammisa, confía en que la monja se lleve el galardón. "Este es su regreso a Hollywood por la puerta grande. Vuelve a su casa", declaró. Dolores asistió por última vez a los premios en 1959, en condición de presentadora.

En sus escasos cinco años de carrera grabó diez títulos, incluido el clásico adolescente Where the Boys Are, y trabajó junto a algunas de las más grandes estrellas del momento: Anthony Quinn, Myrna Loy y Montgomery Clift. Pero sin duda, la escena romántica que protagonizó con Elvis en Loving You la convirtió en la envidia de todas las mujeres. "En ese entonces el límite para un beso en pantalla era algo así como de 15 segundos, pero por alguna razón el nuestro ha permanecido en la memoria de todos por más de 50 años", dijo Dolores.

Aún recuerda ese momento con nitidez. Había cientos de personas en el set y justo antes de que los protagonistas siquiera se rozaran, el director, Hal Kanter, gritó: "¡Corten! ¡Maquillaje!". Dolores y el rey estaban tan avergonzados que tuvieron que interrumpir la toma varias veces para cubrir con polvos el rubor de sus mejillas. Y lo peor es que todo era una sorpresa para ella. Cuando la joven presentó el casting no tenía ni idea quién era el cantante, pues estaba demasiado ocupada preparándose en una escuela de actuación como para oírlo en la radio o verlo en televisión. "Cuando lo conocí era un muchacho dulce y muy simple, con las patillas más largas que había visto. Mis amigas me preguntaron si le había pedido un mechón y yo pensé: están locas", cuenta la religiosa.

Dolores, entonces de 20 años, apareció en revistas y anuncios publicitarios. No podía estar en lugares públicos sin ser acosada y su autógrafo valía oro. Todos añoraban su suerte. Un año más tarde ya había sido nominada al Tony, el equivalente al Óscar en el teatro, por su debut en Broadway y, gracias a su belleza clásica, cabello claro, ojos azules, rostro angelical y figura esbelta, varios directores la querían como musa. Era lo que siempre había soñado desde niña, influenciada por su padre, un actor de medio pelo, y su abuelo, un operario de un teatro que la dejaba observar desde la cabina horas y horas de cine sin sonido. Ella era la encargada de despertarlo cada 12 minutos para que cambiara los carretes.

En 1962 filmó su película favorita, Lisa, en la que interpretó a una refugiada judía después de la Segunda Guerra Mundial. Entonces comenzó a cuestionarse si estar frente a las cámaras la hacía feliz. Apareció en la pantalla grande por última vez en 1963 con Come Fly With Me, una comedia sobre tres azafatas en busca del amor. Estaba en la cima de su carrera y a punto de ganarse una estrella en el paseo de la fama.

Vivía en una mansión rodeada de lujos y estaba comprometida con un apuesto empresario de California, Don Robinson. Su boda estaba fijada para el 23 de febrero de ese año y la diseñadora más famosa de Hollywood, Edith Head, ya estaba confeccionando el vestido con el que caminaría hacia el altar. Dolores todavía tenía dudas, así que fue a un monasterio en busca de paz. Allí descubrió su verdadera vocación: lo abandonaría todo para entregarse a Dios. Cuando regresó a Los Ángeles, le dio la noticia a su prometido. Después de su última firma de autógrafos en Nueva York, le pidió al chofer de su limosina que la dejara en ese convento. La súper actriz de la Metro-Goldwyn-Mayer, a los 25 años, abandonaba el mundo del espectáculo para siempre.

Aunque estaba convencida de tomar el hábito, adaptarse no fue fácil. Dolores describió hace años que su ingreso a la orden fue tan difícil como lanzarse desde la azotea de un edificio de 20 pisos a una piscina sin agua. Y aunque confiesa que muchas veces deseó volver a su antigua vida, no abandonó el claustro "por una cosa misteriosa llamada vocación".

Se entregó en cuerpo y alma a Dios y se apartó por completo de la vida pública. Solo volvió a atraer la atención de los medios en 1990 cuando el imitador Philip Stanic, que luego cambió su nombre por el de Elvis Presley Jr., inventó que ella y el cantante de Love Me Tender eran sus padres biológicos. Dolores desmintió la versión. Aunque en una oportunidad el rey la invitó a salir, ella lo rechazó porque eran compañeros de trabajo.

En 2001 fue elegida madre superiora y guía espiritual de las 40 monjas de su comunidad. Desde entonces puso énfasis en el teatro y la música como formas de alabar a Dios y produjo un CD con cantos gregorianos entonados por las hermanas, para reconstruir y modernizar su claustro, ubicado en una vieja fábrica de latón. Para ella, el arte y el cine no son pecaminosos. De hecho, es la única religiosa con voz y voto en los premios Óscar. A finales de cada diciembre se interna en el sótano de su abadía y en un televisor viejo ve las películas nominadas en compañía de su loro. Al terminar, envía su veredicto por correo.

El cine es su lazo con lo terrenal y ahora le ofrece la oportunidad de hablarle al mundo de su fe. Según dijo a SEMANA Charles Ramírez, experto en la historia del séptimo arte y la cultura pop, Dolores hizo lo correcto al seguir el llamado divino: "Todos se mueren por brillar en Hollywood. Ella lo logró y le dio la espalda a la fama para convertirse en monja. Creo que habría tenido una carrera exitosa, pero nunca al nivel de superestrellas como Elizabeth Taylor, Grace Kelly o Audrey Hepburn". Ahora pasará a la historia como la mujer que prefirió a Dios por encima de Elvis, el legendario símbolo sexual que con su voz y movimientos puso a soñar a las jovencitas de su época.
Historia tomada de la Revista Semana febrero 25 de 2012.

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