Por Arturo Guerrero
Publicado el 8 de febrero de 2012 / Periodico el Colombiano
Idries Shah, descendiente de sabios y filósofos afganos, en su libro "El camino del Sufí", destaca la siguiente historia referida por un antiguo maestro de tal corriente mística islámica:
Alguien llegó hasta la puerta del Amado y llamó. Una voz preguntó "¿quién es?" Él contestó "yo soy". La voz dijo "no hay lugar aquí para los dos". La puerta continuó cerrada. Después de un año de soledad y privaciones, el mismo hombre llegó ante la puerta del Amado. Llamó. Una voz adentro preguntó "¿quién es?" El hombre dijo "tú eres". Y la puerta se abrió para él.
¿Qué pasó en ese año de obstinación? Es lo que no dice el relato y lo que hace de él literatura. Cada lector ha de construir su íntimo año, la peripecia personal que abre la puerta. El lapso, eso sí, muestra dos términos en apariencia antagónicos: se pasa del "yo soy" al "tú eres".
La metamorfosis entre primera y segunda persona verbal es desafío para afrontar a lo largo del tiempo señalado. El año es apenas convención, podrían ser diez o cien, un siglo. El tiempo marca trabajo específico, dificultad, no simplemente transcurso de calendario.
Entre los puntos de partida y llegada es preciso emprender transformación de sustancia. Si el hombre regresara a responder lo mismo que el primer día, la puerta persistiría en negativa. "No hay lugar para dos" sería la explicación repetida. Solo cuando el suplicante asuma naturaleza ajena, se abrirá el paso.
Para que ello suceda, el visitante comprenderá el significado de que el anfitrión sea el amor, el Amado con mayúscula, la mujer destinada, dios con minúscula. La historia sufí, como toda mística, alude a la relación trascendental, inalcanzable, y única capaz de satisfacer al individuo. Pero es extensible a otros llamados y otras puertas.
Da pista: el intervalo entre voz de afuera y voz de adentro de la puerta es de soledad y privaciones. El hombre se desnuda de sí mismo en íntimo combate que exige reglas espartanas. Pero es tal la delicia presentida, que paulatinamente asume cara y maneras de la persona amada. Por eso insiste hasta franquear la puerta.
Al llegar, no ocupará lugar. Alguien, ella, tendrá para él aire suspirado, fuego en su punto, cama tibia, vida dispuesta solo para campeones durante un año, un siglo de persistencia en torno de un sueño.
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