martes, 6 de julio de 2010

EL MIEDO HABITA EN LAS CIUDADES



Luis Pérez Gutiérrez

Los indicativos señalan que el narcotráfico en Colombia ha disminuido pero la realidad muestra que la expansión de la violencia por el narcotráfico ha crecido con desmesura.

Para infortunio, el narcotráfico escogió a Medellín como el paraíso terrenal urbano de quienes se dedican a esa innoble actividad. Desde la llegada de Pablo Escobar, la ciudad no ha tenido sosiego: Cada nuevo mandante del narcotráfico quiere tener su poder expansionista en esta ciudad. Qué dolor decirlo, pero pareciera que dominar a Medellín fuese la más bella presea, el símbolo máximo de poder, que quieren mostrar los narcotraficantes exitosos.

Y ante la incapacidad para manejar el problema urbano de la violencia, Medellín y El Área Metropolitana del Valle del Aburra han retrocedido 15 años en seguridad.

El Presidente del Concejo de Medellín, John Jaime Moncada, fue abaleado. Que pésima imagen para la ciudad que un hombre que le ha prestado un inmedible servicio a la municipalidad, un dirigente honorable y sin tacha, y ahora Presidente del Cabildo, sufra un ataque criminal en un distinguido Barrio de la ciudad. La investidura de Presidente del Concejo está muy cercana a la del Alcalde de la ciudad; por eso, sobrepasa todos los límites tolerables, que una autoridad de esa jerarquía sea fácil victima de tan deleznable acto delincuencial.

La reciente balacera indiscriminada en un Bar de Envigado contra todos los que allí se divertían, recuerdan las épocas más crueles del narcotráfico y es una señal que vienen huracanes de violencia horrorosos si nos quedamos quietos.

Cada día, líderes populares, gestores y constructores de ciudadanía barrial, vienen siendo asesinados en las Comunas por manos negras que destruyen vidas humanas en la total impunidad.

Los barrios populares están sitiados. No se puede pasar de una calle a otra por el dominio territorial ilegal que ejercen bandas en conflicto. Las balaceras continuas son la nueva música que sus habitantes deben soportar aterrorizados. Mucha gente ha vuelto a dormir debajo de las camas como en los peores tiempos vividos en la Comuna Trece. El silencio triste provocado por el horror de la violencia se refleja en los rostros de la gente.

Los atracos callejeros tienen agobiada a la ciudadanía; ya no se lleva nada en los bolsillos. Las vacunas a transportadores y al comercio arrecian, no paran.

Y como otro acto criminal imperdonable, las instituciones educativas vienen siendo convertidas en centros de distribución y consumo de drogas. En silencio, ya se han sacado varios muertos por sobredosis de la Universidad de Antioquia. Si se deja avanzar más el problema, vamos a estar ante insolubles borrascas delincuenciales.

La violencia urbana es una amenaza más grave que las Farc. Las muertes violentas en las ciudades son lejos, más cuantiosas que en el resto del territorio. Las vacunas urbanas son millonarias y superan por mucho a las de las Farc. La violencia urbana es más abundante y desalmada que la violencia rural. El reclutamiento de jóvenes para el delito en las ciudades es escandaloso y supera el reclutamiento rural. El delito se ha vuelto una empresa próspera en las ciudades; son tantas las personas que trabajan en las empresas siniestras del delito urbano, que ya ni se cuentan.

El miedo habita en la ciudad. La Nueva Pacificación de Colombia pasa por la pacificación de las ciudades. Donde haya narcotráfico se agrava la violencia y ahora el narcotráfico campea por las áreas urbanas. El Presidente Santos debe estrenar un plan de seguridad inteligente para recuperar a Medellín y a las áreas urbanas que se están volviendo tierra de nadie.

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