viernes, 18 de septiembre de 2009

EL OPIO DEL PUEBLO



El opio del pueblo
Por: Aura Lucía Mera

SIEMPRE ESCUCHÉ QUE EL OPIO DE los pueblos eran las religiones.

El solo hecho de creer en que en la otra vida seríamos felices, compartiríamos nubes rosadas con querubines y serafines de nalguitas rosadas, existirían once mil vírgenes para cada hombre, hacía posible que ante toda clase de adversidades pusiéramos cara de santo tallado en madera y exhaláramos suspiros de resignación cristiana, budista o islámica. Entre más pobreza, más felicidad en la eternidad; entre más hambre, más banquetes celestiales; entre más enfermedades, más salud y alegría en la otra vida. En India, por ejemplo, no se comen las vacas porque nadie quiere comerse un antepasado atrasado, y por acá en el trópico los indigentes se instalan en las escalinatas y umbrales de las iglesias y piden la limosnita mientras les llega el día de su total nirvana y satisfacción. Eso fue lo que aprendí. Que las religiones eran el opio de los pueblos y que como el ser humano es el único animal que sabe que se va a morir, pues tiene que creer que existe otra vida mejor, eterna, rumbera y deliciosa. Así todos callan ante las desigualdades y esperan pacientemente la revancha eterna. Además, como es más fácil que entre un camello por el ojo de una aguja, que el rico en el reino de los cielos, pues qué importa comer m...

Pero en Colombia todo es original. Aquí el opio del pueblo se llama Álvaro Uribe. Sin el cual no hay salvación. La pobreza aumenta, la indigencia ídem, los secuestrados encadenados se quedaron para siempre en la manigua, la Seguridad Democrática es un cuento chimbo, el desempleo sube, los falsos positivos aumentan, los desplazados se convirtieron en nómadas permanentes, las víctimas jamás tendrán reparación, la violencia infantil se toma los barrios, los incendios envuelven en llamaradas lo que pueden, el agua se acaba, los norteamericanos planean instalarse en sus bases, las relaciones diplomáticas con los vecinos se fueron al traste, los ricos están más ricos, los pobres están más jodidos que nunca, el sistema de salud no existe, la educación es una falacia... pero crece la audiencia. Uribe sube en las encuestas. El pueblo decide: sin su Ubérrimo no hay salvación.

No importa lo que digan los Obamas, los cardenales, el Papa, los jueces, las ONG, los periodistas, los empresarios, los catedráticos, los politólogos extranjeros (aquí se acabaron). No importa que el universo colapse. El pueblo decide. Decide porque lo engañan, lo compran con mercaditos, le venden promesas, le cuentan cuentos chinos. Los políticos se arrastran de un partido al otro, las notarías aparecen y desaparecen, las prebendas salen a los andenes como ventas ambulantes... Y el pueblo, que cree que se va a morir sin Uribe, porque cree que en él está la felicidad, decidirá. Votará por él la “voluntad popular”, la supieron anestesiar muy bien.
Mientras los fariseos se rasgan las vestiduras porque en una performance de arte se repartió una bandejita con cocaína, nadie se rasga nada mientras se reparte el país a trocitos, se intercambia todo, se violan las mujeres y las constituciones, se ata con cadenas a secuestrados, se chuzan las conversaciones de los “opositores”... el opio sigue funcionando. ¿Qué pasaría si se la declarara sustancia ilegal? ¿La Corte tendrá “lo que hay que tener” para evitar la verdadera hecatombe?

Aura Lucia Mera

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