jueves, 6 de agosto de 2009

EL ULTRAVIRUS



No es el virus de la gripa AH1N1 la gran amenaza que hoy pende sobre la humanidad. Peor que ese es el UltraVirus UD1L1 (UltraDerechaLumpen), hoy expandido por el globo terráqueo como un veneno letal.

Así como la misión del virus gripal AH1N1 es causar el mayor miedo posible en el organismo humano, con la finalidad de motivar ventas masivas y billonarias del producto 'Tamiflu', uno de cuyos socios es el antiguo secretario de defensa de los Estados Unidos y ex campeón de lucha libre, mister Donald Henry Rumsfeld, la misión del virus político UD1L1 es causar el mayor miedo posible en el organismo social con el propósito de facilitar la toma y el control del poder mundial por la ultraderecha o lumpen de cuello blanco.

Aquel filósofo visionario que en vida fue conocido como Carlos Marx advirtió en 'El capital' que el lumpen es el más peligroso de todos los actores políticos que conforman la derecha ultrarreaccionaria, pero previno también que el peligro no reside en el "lumpen vulgar" (los atracadores callejeros, los rateritos de medio pelo, los delincuentes comunes), sino en el lumpen de cuello blanco (los especuladores financieros, los políticos corruptos, los gobernantes venales, las empresas monopólicas, los estafadores a escala gigantesca y las oligarquías). Distinguir entre uno y otro, entre el lumpen vulgar y el de cuello blanco, no resulta fácil, porque su forma de operar es idéntica. Ambos carecen en absoluto de escrúpulos y no viven para otra cosa que para el delito. La pequeña diferencia está en el cuello.

Un par de ejemplos pueden ilustrar lo que digo.
Primer ejemplo. Hace muchos, muchos años, y no precisamente "en un reino junto al mar turquí", sino en las calles de Bogotá, me hallaba en cola para subir a un bus distrital o municipal. De pronto, la persona que estaba detrás de mí me hizo una seña discreta para indicarme que la que estaba delante efectuaba una hábil expedición de su mano hacia el bolsillo de la que a su turno tenía por delante. Con una imprudencia temeraria le grité "¡Hola, hola!, ¿qué es eso?", y el ladrón, ágil como una gacela, sacó los dedos que tenía entre el bolsillo de su víctima y se esfumó en dos segundos. La frustrada víctima ni se dio cuenta de lo que ocurría. En ese momento llegó el bus y los de la cola empezaron a subir.

Un minuto después, mientras la cola se movía, sentí un fuerte puntapié en las espinillas y al volver la cara para reaccionar vi al ladrón, que me gritaba energúmeno: "¿Por qué me pega, desgraciado... h. p...? ¿Yo qué le hice? ¡No me pegue!". El instinto me aconsejó que me hiciera el loco y que tratara de subirme al bus lo más rápido posible. El ladrón seguía gritando: "No me pegue, no sea cobarde", y algunos compinches suyos, a cierta distancia, le hacían coro: "¡No le pegue, cójanlo, ladrón!". Los transeúntes me miraban feo, el que me había avisado de la 'operación bolsillo' permanecía mudo, tembloroso y pálido del susto. El que yo había salvado de que lo expropiaran, ni se enteró.
Por fortuna, la fila se movió rápido y pude subir al bus. El ladrón gritó: "¡Bajen ese ladrón!" y trató de treparse. El chofer, perspicaz, le cerró la puerta y arrancó, no sin suscitar las protestas de varios pasajeros y señoras compasivas que se solidarizaron "con el joven que no se pudo subir, pobrecito, qué chofer tan grosero".

Pasado el susto que me llevé "por sapo", el episodio me recordó otro similar, que relata Charles Dickens en 'Oliver Twist' (1837) y que confirma cómo el lumpen es el mismo en todos los tiempos y en todos los lugares.
Segundo ejemplo. Manuel Zelaya, elegido democráticamente (como lo ha dicho su homólogo de los Estados Unidos, el presidente Barack Obama) presidente de la República de Honduras, se metió "de sapo" a gobernar en beneficio de las clases menos favorecidas de la sociedad hondureña, el 90 por ciento de la población. Dobló el salario mínimo, aumentó en forma considerable la cobertura en salud para los pobres, apoyado por la Alianza Bolivariana para las Américas, y le dio al pueblo un protagonismo que le supo a cacho a la oligarquía hondureña, consentida de la ultraderecha gringa, tan bien representada hoy por el Partido Republicado.

La última acción gubernamental de Zelaya fue proponer un referendo para preguntarles a los hondureños si querían o no que en las elecciones de noviembre se colocara una cuarta urna con el fin de que opinaran si deseaban o no que se hicieran algunas reformas a la Constitución. Nada de esto se sale de los linderos que fija la carta vigente, inclinada a fomentar la democracia participativa. Preocupada por la popularidad inmensa de Zelaya, que aseguraba un sí clamoroso a la cuarta urna, la oligarquía de Honduras manipuló a la Corte Suprema para declarar que la consulta popular "no procede".

Zelaya, convencido de que la voz del pueblo es la voz de Dios (vox Populi, vox Dei) y de que ningún poder está por encima del pueblo, en puridad democrática, según la doctrina de Abraham Lincoln, "la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo", siguió adelante con el referendo. La Corte insistió en que "no procedía", y el ejército, cuyo comandante supremo es el presidente de la república, se puso a órdenes de la Corte y se negó a trasladar las urnas. Zelaya, al frente de una gran multitud, rescató las urnas secuestradas y el pueblo las puso en los sitios de votación. En la mañana del 28 de junio, día del referendo, un golpe militar, auspiciado por la Corte y por el Congreso, depuso y secuestró al presidente legítimo.
La horda lumpenesca hondureña, encabezada por el mafioso Micheletti, quería humillar al Presidente (que es un hombre decente y un demócrata integral), hacerlo quedar en ridículo. Lo dejó tirado, en piyama, en el aeropuerto de San José de Costa Rica.

Puestos en evidencia inmediata por la reacción heroica del pueblo hondureño en defensa del presidente constitucional, los violadores de la Constitución, los perpetradores del golpe militar, los usurpadores delincuentes, los represores de la libertad, comenzaron a gritarle a Zelaya: "Violador de la Constitución, delincuente", y sus compinches de la derecha en el Partido Republicano y el resto de Latinoamérica les hacen coro, le gritan a Zelaya: "No viole la Constitución, delincuente", y lo acusan, como justificación del golpe militar, de intentar reelegirse. Mentira monstruosa y patente, pues las reformas que se iban a votar en la cuarta urna eran a posteriori del período de Zelaya y no incluían ninguna reelección inmediata. Entonces, los violadores de la Constitución se proclaman sus defensores.

Este par de ejemplos, relatados de la manera más sucinta recomendable, para no abusar de la paciencia de los lectores, nos muestran cómo no hay ni mínima diferencia en el modo de ser, ni en la estrategia, del lumpen proletariat, o lumpen vulgar, y el lumpen de cuello blanco. "Los dos son un mismo animal" (José Asunción Silva). Los dos acuden, casi siempre con éxito, al método de hacer que las víctimas aparezcan como culpables. Ese es el ultravirus de la derecha que hoy amenaza de muerte a la democracia.


Por
Enrique Santos Molano

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