miércoles, 22 de marzo de 2017

¿POR QUÉ CAEN LOS IMPERIOS?

 OPINIÓN LIBRE
(Diego Roldán Jaramillo)

Cuando construyes una estructura, cada pedazo de ella estará sujeta a determinadas fuerzas, donde hay una dirección y una magnitud de esa fuerza.  Al final las estructuras con fuerzas que van en dirección equivocada o con magnitudes mayores a las que pueden soportar, se quiebran, se derrumban. Una estructura está diseñada para soportar fuerzas en determinada dirección.  Cambia la dirección y probablemente la estructura se cae.-*
Los politiqueros de barriga y soberbia hundieron a la sociedad, y se muestran como los más pendencieros al mando del mundo.  Esos son los capitanes que mandan por encima de políticos y gobernantes.  ¿Nos recuerda a los emperadores y su séquito, o acaso a las decadencias de los poderosos del pasado?  Ya sea que se les llame "jefes gritones" o "jefes decadentes", lo cierto es que alguien que piensa mucho en mandar, no está pensando en trabajar.  Pues mira que ser borrego es el oficio ideal, ganar imagen a costa de los demás sin trabajo duro, sin producir nada.  En el siglo XXI son vistos como parásitos por ello, pero hoy se les llama distinto “LALO”….
A la hora de construir una sociedad, se suele disponer de reglas, ya sea porque alguien las piensa o porque alguien aprende y las sugiere para mejorar la forma en que funciona la sociedad y mantener el precario equilibrio.  Pero también están aquellos que tratan de doblar las reglas a su favor, y en contra de todos los demás.  Y es en este estira y encoge que tiene lugar la evolución de los LALO, y que llega un momento en que aquello que se diseñó para disparar por el cañón, dispara por la culata.  Y aquella fuerza que debía empujar desde arriba, empieza a empujar de lado, se vuelca todo o se quiebra y todo empieza a desplomarse como un dominó.  Sabemos que lo que mata en un sismo no es el sismo, sino los edificios.  Cuando el edificio se mueve lateralmente, se puede desbaratar.  Y si es muy rígido, se puede quebrar en mil pedazos. Entonces uno se pregunta: ¿dónde está el arquitecto que lo diseño, el ingeniero que lo construyo y el bobo que lo compro?

*(Algunos apartes tomados de RANKIA).

viernes, 24 de febrero de 2017

El primer cuadro de José Prudencio Padilla se pintó 52 años después de su muerte. El retratista lo dibujó blanco y con rostro español. En 2011, un investigador utilizó un sistema de rostros de la policía para corregir el error.
Historia



Compartimos esta lista elaborada por el historiador cartagenero Javier Ortiz Cassiani, quien acaba de publicar ‘El incómodo color de la memoria’, un libro de columnas y crónicas sobre la historia negra del país.     

         1. Ana María Matamba y la lucha por la memoria
Su apellido la trasportaba a un reino africano al sureste del reino del Congo y al este del reino del Ndongo, cerca del moderno Angola, donde seguramente sus ancestros tenían enterrado el ombligo. Había nacido en 1720 en la hacienda Periquitos en la jurisdicción de la Villa de Honda, para los tiempos en que la corona española discutía sobre la necesidad de crear el Virreinato de la Nueva Granada ante el contrabando practicado con absoluto descaro, y la falta de control sobre las gentes y el territorio. El historiador Rafael Díaz, ha dicho que cuando nació, su madre era esclava de la hacienda, pero su padre, un esclavizado bozal, ya había sido vendido por Justo Layos –comerciante y terrateniente español propietario de la hacienda–, a un tratante de Popayán. Nunca más se supo de él. Allí creció Ana María Matamba, con la licencia que daba vivir en las cercanías del puerto de Honda escuchando los rumores de cimarronaje y liberación que traían los bogas que navegaban las aguas del río Magdalena. En la rueda del fandango y cantando bundes, junto a negros, zambos y mulatos, esclavos y libres, conoció la libertad en medio de la esclavitud y al padre de sus dos hijas. Cuando su madre murió sería manumitida por su amo, pero después de un tiempo tuvo el coraje de demandarlo por haberle incumplido con los bienes que se comprometió a entregarle a ella y a sus hijas con el otorgamiento de la libertad. Ana María sabía firmar. Rubricaba los memoriales del pleito con su apellido angoleño: Matamba. Los jueces y los escribanos la corregían, e insistían en ponerle el apellido de su antiguo propietario: Layos. Ella volvía a escribir Matamba, como una forma de acudir a la memoria de sus ancestros para ratificar su condición de sujeto de derecho y no como alguien que debía su existencia sólo a los caprichos del otro. Murió a los 90 años, cuando la libertad que ella había aprendido a entender en el fandango y corriendo en los potreros de una hacienda en la Villa de Honda, comenzaba a convertirse en la agenda política de los suyos.
2. La muerte del mulato José Padilla
Cuando José Padilla aparecía por Cartagena de Indias sus contradictores políticos se inquietaban y decían que con él llegaban también “los bochinches de colores”. Este hombre, de origen humilde y marino por vocación, nacido en Riohacha el 19 de marzo de 1784, fue uno de los líderes militares más destacados en la consolidación de la independencia nacional. Participó en la defensa de Cartagena de Indias durante el Sitio de Pablo Morillo en 1815, liberó a la ciudad de las últimas tropas realistas con el triunfo en la Noche de San Juan de 1821 en la bahía de Cartagena, y fue el héroe de la batalla naval de Maracaibo del 24 de julio de 1823, con la que se definió el destino político de los llamados países bolivarianos. Pero a pesar de los triunfos llevaba la desgracia en la piel. Era un mulato que habitaba un territorio con fuertes tensiones raciales, y eso le costó la vida. La mañana del 2 de octubre de 1828, en la Plaza Mayor de Bogotá, fue fusilado y luego colgado en la horca, condenado por haber participado en la fallida conspiración para asesinar a Simón Bolívar. Padilla siempre lo negó.
Cuando ocurrieron los hechos estaba en la cárcel, y los implicados en la confabulación nunca dijeron con certeza que el almirante estaba enterado de los planes. En una época donde era moneda corriente indultar a los conjurados, a Padilla se le aplicó la máxima pena. Otros, incluyendo a Francisco de Paula Santander, serían mandados a un cómodo exilio en Europa. Apenas un mes después de su muerte, Bolívar ya estaba arrepentido: “Lo que más me atormenta todavía es el justo clamor con que se quejarán los de la clase de Piar y Padilla. Dirán con sobrada justicia que yo no he sido débil sino en favor de ese infame blanco [Santander], que no tenía los servicios de aquellos famosos servidores de la patria. Esto me desespera, de modo que no sé qué hacerme”, escribió amargamente. En 1831 la Convención Granadina decretó la reivindicación oficial del héroe y la Ley 69 del 30 de junio de 1881 aprobó su rehabilitación permanente y la construcción de una estatua de bronce en Riohacha. Hoy, paradójicamente, en la Escuela Naval que lleva su nombre, existen serios obstáculos para que los de su color ingresen como oficiales. Y hace poco, una mujer negra empleada del servicio doméstico, luego de ser obligada a retirarse del Club Naval en Cartagena cuando acompañaba al hijo de su patrona a una fiesta infantil, tuvo que acudir a un tutela para hacer suprimir un infame artículo del reglamento que equiparaba a las empleadas del servicio doméstico con mascotas y prohibía su ingreso a las instalaciones del Club.  
3. Leer a María en clave negra
En todos los colegios, a los largo y ancho de la geografía nacional, se ha leído María, la novela canónica de Jorge Isaacs. Pero en esas apresuradas lecturas, hechas por años en las aulas de la nación, escasean las reflexiones sobre el vasto universo negro consignado en la obra. Para la mayoría de los colombianos la novela fundacional de la literatura nacional, no es más que la recreación del drama universal de los amores trágicamente truncados entre Efraín y María. Quizás algunos recuerden que Nay (Feliciana) es una esclavizada y aya negra, pero en el imaginario cotidiano construido sobre la narración no hay lugar para su mundo africano descrito generosamente por Isaacs. Cuando pensamos en la obra tampoco somos conscientes de la recreación paternalista del espacio esclavista con hacendados generosos y esclavos respetuosos y agradecidos; ni pensamos en los negros que tocaban bambucos con versos “tiernamente sencillos”, antes de que los propagandistas de la patria treparan esta música a las montañas, y estilizada, la convirtieran en el símbolo de una nación con pretensiones de blancura. Se nos olvida también, que son los bogas negros quienes transportan a Efraín por el río Dagua, en su desesperado intento de reencontrarse con María, y entonan un bunde triste como obertura del destino inexorable de los amoríos desdichados: “Se no junde ya la luna/Remá, remá/¿Qué hará mi negra tan sola?/Llorá, llorá”. Algunos años después, Candelario Obeso inmortalizara versos parecidos y recogería la voz de los bogas del Magdalena en Cantos populares de mi tierra. Leer a María en clave negra, reconocer que la novela fundacional del siglo XIX está llena de referencias a lo negro, es una manera de devolver el protagonismo a estos grupos en la azarosa construcción de la nación.
4. Juan Coronel, el periodista errante y olvidado
Su vocación de defensor de las libertades y la democracia definió su condición de errante. Cuando la Regeneración afianzó su proyecto político, Juan Coronel Galluzo consideró que el ambiente de la nación estaba saturado de clericalismo y abandonó a Cartagena de Indias para no regresar jamás. Había nacido el 20 de julio de 1868 en Juan de Acosta –para entonces un pequeño pueblo del Estado Soberano de Bolívar–, pero sus padres lo trasladaron a Cartagena cuando apenas tenía cuatro años, porque su madre, Martina Galluzo, una humilde mujer negra, era natural de esta ciudad. Allí, muy joven, se hizo tipógrafo, se convirtió en un autodidacta y lector consagrado, y como militante del liberalismo radical se forjó una personalidad orgullosa y revolucionaria. Con la rifa de una pequeña biblioteca que había ido formando con mucho esfuerzo, logró reunir unos cuantos pesos y se fue a probar suerte a Venezuela en 1889. En caracas trabajó como tipógrafo y editor de periódicos, se opuso al gobierno venezolano de turno y terminó exiliado en Puerto Rico, de donde también sería expulsado por su vinculación con la prensa que presionaba por la autonomía del territorio. Recaló en Centroamérica, y en Guatemala, en 1895, publicó su trabajo Un Peregrino, una obra autobiográfica en la que muestra su condición contestataria y andariega. Antes, en la ciudad de Ponce (Puerto Rico), había publicado Un viaje por cuenta del Estado y varios artículos y ensayos en el periódico La Democracia. En 1900 estaba viviendo en Chile, y en 1901 ya hacía parte de la delegación de periodistas que ese país llevó al Congreso Panamericano en Ciudad de México. Moriría en Chile, en la miseria, a la temprana edad de 44 años, recluido en un sanatorio, el 20 de julio de 1904. En un homenaje que le brindó la Academia Literaria de El Salvador, el escritor Román Mayorga Rivas, dijo que “Juan Coronel ha muerto dos veces pero ha resucitado en los anales de la prensa de América”. Aquí, en su país, ni siquiera sabemos el lugar exacto donde reposan los restos de quien alguna vez escribió: “Tenemos en América una sedicente aristocracia que mejor acepta el cruzamiento con algún presidiario europeo, a trueque de la blanca piel, que encallarse con la admisión de un negro”.
5. El olvido a Manuel Zapata Olivella
La magnitud de este hombre negro nacido en Santa Cruz de Lorica (Córdoba) en 1920, no cabe en las mezquinas dimensiones de la memoria nacional. Antes que nada estuvo Manuel. Fue él quien le enseñó a Gabriel García Márquez las tierras del Magdalena grande y La Guajira con las que amasó el barro para fabricar su obra. Fue el primero que llevó a Bogotá y mostró por todo el mundo a los gaiteros de San Jacinto, a los acordeoneros de las llanuras del Caribe, a las cantadoras del Pacífico colombiano, y sembró las bases sobre las que se construyó la identidad musical de la nación; y fue quizás el ensayista cultural y literario más importantes del país en los años cincuenta y sesenta. Hoy su copiosa obra, representada en más de siete novelas, relatos, muchos cuentos, una importante cantidad de ensayos e innumerables crónicas y notas de prensa, se estudia en centros académicos de todo el mundo, mientras que en el país apenas es recordado por unos cuantos especialistas. Murió en Bogotá, la “señora de las brumas” –como alguna vez la llamó–, en la pobreza, en una fría habitación de un pequeño hotel del barrio la Candelaria, un 19 de noviembre de 2004.  

             

Los 10 peores tipos de Jefes: ¿Les ha tocado alguno?

El jefe perfecto, según muchos, no existe, pero aquí les dejamos los 10 peores tipos de jefes con los que nos podemos encontrar.


Recientemente el Presidente de Amazon, Jeff Bezos, fue elegido como el peor Jefe del mundo, según una encuesta realizada por la Confederación Internacional de Sindicatos y en la cual participaron 20 mil personas.
Y si bien el jefe perfecto no existe, hay ciertos rasgos que convierten a un líder en un ser indeseable, déspota y conflictivo, que puede hacer de tus horas laborales un verdadero martirio.
A continuación te presentamos 10 de los peores tipos de jefes. ¿Reconoces rasgos del tuyo?
1. El cahuinero, “Dividir para gobernar”: Este tipo de líder es el que más conflictos crea dentro de su equipo de trabajo. Se acerca con simpatía hacia un empleado, a quien le confiesa los aspectos negativos sobre los demás miembros del equipo, lanzando frases del tipo “La irresponsabilidad de tus compañeros puede afectarte a ti también”. “Tú eres tan proactivo, deberías ayudarme con el resto del equipo, al que no se le ocurre nada”. Obviamente, le pide confidencialidad.
Foto: Internet
Durante esta suerte de complicidad que genera con su subalterno, suele sembrar la cizaña, con la vieja premisa “dividir para gobernar”. Por ejemplo: “Ten cuidado con tu colega, estoy seguro que quiere tu puesto de trabajo”. “Yo no confiaría tanto en tu compañero, es una persona muy escaladora”.
Otra forma de generar conflicto entre el equipo, es asignarle una tarea específica a dos subalternos diferentes. “Encárgate tú del informe, porque tu compañero no ha avanzado nada”. Ambos realizan el trabajo, pero al momento de la entrega, se encuentran con la desagradable sorpresa que otro empleado también lo hizo, generándose una tensión entre ambos.
A través de esta actitud de complicidad, el jefe logra la confianza de su colaborador, quien se siente prácticamente su mano derecha. El problema, es que esto lo hace con todos los empleados.
2. El Inseguro: Este tipo de jefe es el que cree que permanentemente le quieren quitar su puesto de trabajo. Esta actitud es especialmente nociva para las pretensiones de sus colaboradores, porque no los deja crecer laboralmente por miedo a que le “hagan sombra”. Si se le entrega una novedosa propuesta, suele ningunearla, desecharla o lanzar su frase típica “Eso se me había ocurrido a mí anteriormente”. Para este tipo de líder, es más cómodo trabajar con personas dependientes y sin iniciativa propia.
Es extremadamente sensible, por lo que se debe estar permanente avisándole de cada paso que se da y copiándolo en cada correo que se envía. Además, cualquier decisión que se tome, por muy pequeña que sea, debe contar con su aprobación. Si no, arde Troya.
3. El Padre autoritario: “Se hace porque yo lo digo y punto”. Ésa es su frase típica. Este tipo de jefe es uno de los más abundantes y también podría decirse, uno de los más difíciles con los cuales trabajar. Es una persona orgullosa, que mantiene su posición hasta el final, incluso pese a darse cuenta de su error. Crea frustración entre sus empleados, porque no los hace sentir partícipes de las decisiones. Al igual que un padre autoritario, no da explicaciones de por qué tomó tal o cual decisión, porque cree que su rango es suficiente argumento.
Esto genera desorientación entre las personas que tiene a cargo.
Por supuesto, cuando llegan las negativas consecuencias de su actuar, siempre va a ser culpa del equipo y nunca de él.
4. El “Padre Gatica”: Es el típico líder que predica sobre responsabilidad, buenas costumbres, proactividad, pero que ellos en la práctica hacen todo lo contrario, abusando de su estatus de “jefe” y por tanto, que a ellos se les permite todo.
Suelen exigir compromiso de parte de sus colaboradores, pero como jefes, ellos hacen todo lo contrario, generando rencor entre el equipo de trabajo. Por lo mismo, jamás pelearían por un aumento de sueldo de sus trabajadores, ni por mejores condiciones laborales. Suelen decir “Es lo que hay”.
5. El jefe “indeciso”: Es el líder que producto de inseguridades o de no saber con certeza lo que quiere, no toma decisiones claras, confundiendo a su equipo de trabajo y lo que es peor, haciéndolos trabajar demás. Suele dudar de todo, y cambiar de idea sobre la marcha. Y muchas veces a última hora, volviendo locos a sus subalternos.
6. El “Maltratador”: Son jefes déspotas y ninguneadores, capaces de ridiculizar a sus empleados en público, por ejemplo, si no les parece una de sus propuestas o trabajo.
Reaccionan vehementemente frente al mínimo error de los miembros de su equipo, y son hirientes. Una especie de jefe como ésta coarta la iniciativa de sus trabajadores, que temen recibir las represalias en caso de error.
7. El 24/7: Es la típica persona que cree que no existe nada más importante que el trabajo y por ende, cree que sus empleados deben estar disponibles en todo momento y a toda hora. Suelen enviar correos a altas horas de la noche, llamar por teléfono los fines de semanas y poner mala cara cuando sus empleados se toman vacaciones legales. Incluso se molestan cuando sus trabajadores hacen uso de su hora de almuerzo. Obviamente, son muy quisquillosos con la hora de llegada y salida del trabajo. En realidad, para este tipo de jefe, nunca se trabaja lo suficiente y es muy difícil dejarlos contentos. Tampoco elogian, pero sí son especialistas en encontrar errores.
8. El jefe bipolar: Frente a este tipo de líder, generalmente no se sabe cómo reaccionar, porque un día es amigo de todos y al otro, se convierte en un verdadero monstruo sin razón aparente. El problema de este tipo de jefe, es que frente a una misma situación puede reaccionar de forma diametralmente opuesta, provocando ansiedad en su equipo que no sabe cómo actuar.. Nunca se sabe cómo estará al día siguiente. Entre los compañeros de trabajo se suele preguntar “¿Y cómo viene hoy?”
9. El “Controlador”: Es el jefe que trata a su equipo como “menores de edad”, diciéndoles en todo momento y frente a cualquier situación cómo hacer las cosas. Incluso, frente a situaciones tan cotidianas como la forma de escribir un email y cómo hablar por teléfono. Suelen interrumpir el trabajo de sus subalternos a cada momento para dar sus directrices, y no saben priorizar las tareas, muchas veces postergando lo verdaderamente importante por detalles que no tienen relevancia.
10. El “Barrero”: Es el típico jefe que tiene un grupo de trabajadores considerados “los favoritos”. Esto significa que nunca se les reconoce el trabajo de quienes no estén dentro de este privilegiado grupo, generándose rivalidades dentro del ambiente laboral.

Colombia es el país con más desplazados internos en el mundo

Una de cada 97 personas en el mundo, o lo que es lo mismo, el 1 por ciento de la población mundial, se ha visto obligada a abandonar ...